Un hombre amante del rock escucha la elegía de una banda con
solera a través del equipo de música de su coche mientras, liberado, sale del
trabajo. Pese a que la luz de la tarde ya es tenue, se cala las gafas de sol y
se lanza al pensamiento: afortunado se siente por un empleo que alcanzó por una
educación aventajada y los contactos adecuados. No se siente más válido que
otros muchos que han corrido peor suerte, pero cree que tiene conciencia, y, en
su secreto orden de las cosas, lo valora más que una cualificación destacada.
Circula nuestro hombre, plácido, en su coche de primera mano,
henchido de confort. Con una sonrisa exterior que genera la envidia de un
vendedor de pañuelos en la espera del semáforo: cuéntese que el pobretón ve el
cuadro completado por las gafas caladas, la ropa elegante y el bonito coche…
Con una sonrisa exterior, observa al vendedor de pañuelos y le entra una ligera
punzada en el corazón. Es el arte de tener conciencia. No baja la ventanilla
cuando el vendedor da unos golpecitos en ella, pero lo sigue por el retrovisor,
sacrificado, expuesto. Ejercita esa privilegiada conciencia de la que hace
gala, y se pregunta por qué, por qué la ventura comete tales dislates. Avanza
con su coche cuando el disco se pone verde, y empieza a imaginar su propia
elegía rockera en torno a las almas perdidas de nuestra común vida cotidiana.
Exhausto de humanidad, recorre su mente la película de ejecutivos capacitados
que rodean su ámbito laboral, y se reafirma en que, hecha un lío como está la
vida, no lo es menos dentro de la empresa, reflejo de esa crisis del humanismo
que cantó el profeta de nuestro siglo. De modo que, se dice, que le den al
exceso de especialización, a la ambición y que me dejen ocupar mi discreto lugar
en este tablero de ajedrez. Jugaré a ser alfil protector de un rey huérfano de
cobijo, vendedor de pañuelos a pie de calle, o de una reina extraviada en las
lides de estéticas superfluas y promesas de amores centelleantes que se
difuminan en el mercado como la neblina con la venida del sol. Sí, seré el
alfil.
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