Junto al mar calmo del puerto, entre transeúntes lugareños y
turistas accidentados, reflexiona inspirado por la brisa suave que corre en el
verano de la urbe. Recuerda una vieja canción, susurra poemas escritos en su
juventud a la belleza imposible, todavía grabados en su mente. Se acerca al
borde y puede ver nítidamente el agua sucia del puerto chocar suavemente con el
límite de tierra firme. Vieja canción de
nostalgia por sueños no conquistados, que ahora le vienen al oído en forma de
gritos de traición a la propia esencia. El sueño de ser uno. Poemas escritos al
amor que nunca tuvo. Exhala un suspiro y se tira al agua.
Una turista, oronda y redonda, se tira a por él. Casi que hay
que salvarlos a los dos. No se sabe si lo hunde o lo funde. Tal es su
vehemencia. De forma que un italiano musculado se quita la camiseta y se lanza
a por ellos. Los saca del agua, con una amplia sonrisa de salvador. Exhibe
musculito y presta los primeros auxilios a nuestro aparente suicida, que retoma
la conciencia ante los labios de tal atlético galán. La turista accidentada ha
quedado de lado, suspirando impotente ante las flechas de Cupido que trató de
conquistar en su viaje a las húmedas profundidades. Porque el suicida aparente
vuelve a palpitar ante el rostro latino y casi le susurra unas líneas de un largo
poema del imperio romano, pero en su lugar le canta el himno del primer equipo
de fútbol italiano que le viene a la mente, y sellan la noche compartiendo una
pizza, y se rozarán y se amarán en el apartamento para guiris que comparte con
otros dos maromos, respetuosos ellos para con la primera noche de masculino
amor de nuestro antaño desnortado suicida barcelonés.