martes, 18 de diciembre de 2018

Espíritu navideño



Ignacio despertó triste. Era temprano, aún de noche, y, al subir las persianas, vio con toda claridad la iluminación navideña de la calle. Él no había tenido energías ni tan siquiera para montar un pequeño árbol para tales festividades en casa. Recordaba tiempos de antaño y se sumergía en la añoranza de épocas mejores. Sí, por aquellas fechas era ya un hombre que vivía en soledad.

Siguiendo un poco la inercia del día, se acicaló Ignacio y, tras leer un rato mientras dejaba que la mañana despertara, dejando que aflorara con ella la luz del sol y la vitalidad de la algarabía callejera, que siempre le daba una grata compañía a modo de rumor de fondo, salió a comprar unos turrones hacia una tradicional tienda del centro de la ciudad. No le importó la larga cola. Escuchaba a la mujer que le precedía susurrar a quien parecía la progenitora de aquélla. Hacía ella movimientos extraños, nerviosos y llamativos aunque parecieran buscar el anonimato.

Finalmente, la aparente progenitora le dio un empujón, animándola a descubrirse, y ella se giró. Era María José, la gran amiga con quien compartiera Ignacio tantas cenas y paseos años atrás. Y le saludó: para sorpresa de él, le saludó. Tantos años de distanciamiento y silencio y, de repente, surgió primero una charla improvisada y luego el fluir pausado de un nuevo paseo tranquilo en la más agradable de las compañías. Le invitó ella a comer por Navidad y supuso ello, para quien a primera hora despertara marcadamente tristón, la recuperación del entrañable espíritu de tan señaladas fechas.

lunes, 3 de diciembre de 2018

El sol de su vida



Amaneció con lluvias torrenciales, algo que acompañaba bien su turbulento estado de ánimo tras el sueño nocturno. A medida que fue avanzando la mañana, el aguacero se apaciguó, convirtiéndose en una lluvia ligera. Coincidió con su salida a la calle, en busca de frutas y bebidas. Protegido por un paraguas, su pensamiento se iba descomprimiendo. Llegada la tarde, la lluvia desapareció, dando paso a un sol radiante. Horas aquellas en que nuestro hombre fue al encuentro del motivo de su tormento matinal, apaciguado a mediodía y convertido en el sol de su vida cuando, radiante, la besó y fue correspondido.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Jerez



El anciano apuraba sus últimos días en una serena agonía. Paseaba con lentitud, siempre acompañado de su nieto, a quien confesaba íntimos secretos que no se quería llevar a la tumba, e invitaba a gozar de la vida.

Un día, hablando al chico de sus sinsabores durante la posguerra, recordó con súbito arraigo su tierra natal, Jerez. Le comunicó su necesidad de tomar asiento y descansar, y el joven le llevó al coqueto bar cercano. Allí, iba a retomar el hilo de sus andanzas cuando le entró la profunda necesidad de saborear un brandy de Jerez. El joven hizo que se lo sirvieran, sabedor de que el anciano deseaba vivir cada instante de su vida con plenitud. Retrotrayéndose a su juventud, aquel hombre bebió el espiritoso con lentitud y deleite. Luego, cerró los ojos y entró en un plácido trance del que ya no saldría.




sábado, 27 de octubre de 2018

Ritmos de tango



Tras una semana de trabajo gris, Adriana despertó al sábado descansada, con el estímulo propio de quien es consciente de que el tiempo corresponde al propio ocio y deleite. Lo cierto es que se había despertado tarde, remolona. Había dado la bienvenida al día con una buena tostada de confitura de higos acompañada de su cafecito, bien calentito. Si por la mañana sentía que tenía un mundo por delante para sí, como quien observa el vasto mar con hipnótica calma, a medida que fue llegando la tarde se apoderó de ella la excitación. Había elegido vivir a su aire, sin grandes ataduras. Lanzada a la aventura. Y el momento del vestido, el tacón y el baile se acercaba, cada vez más. Maquillada, peinada, engalanada, lucía su figura muy consciente de que su cuerpo le daba autoridad para ello. Lo hacía de camino a la discoteca, donde sonaron ritmos de tango. Buenos Aires, tierra de sus ancestros que evocaba mientras hacía giros de sensual dificultad con una ocasional pareja. Se olvidó de que el domingo por la mañana empezaría a pesarle la cercanía del lunes laboral y rutinario, inmersa en sí misma, en las caricias de su compañero de baile, en el estilo de vida que había elegido para sentirse, una vez por semana, feliz.



sábado, 6 de octubre de 2018

Vida y nada



Llegada una edad temprana, las turbulencias hacen mella en el desarrollo de una persona de hermoso interior. Dudas y tormentos. Su entorno se pregunta cuándo se encontrará a sí misma, cuándo se manifestara, de nuevo, ese hermoso carácter al exterior que la aprecia. Y es, se dice, el peaje. Hay que atravesar un puente hasta alcanzar el otro lado del río, aquel en que se ha conquistado la primera madurez. Y es entonces cuando, súbitamente, descubre ese bello carácter que sus padres ya peinan muchas canas, que él mismo debe asumir retos nuevos derivados de una nueva condición, sin otro objetivo que proseguir su camino en el recorrido de la vida, de maduración continua. Disfrutando de cada suspiro y preparando el camino a los que le sucederán. Hacia el final, sólo quedará su huella en el recuerdo de un puñado de seres y, quizá en papeles y fotografías dispersos. Por último, desaparecerá cualquier vestigio de sus tormentos, amores, amistades, bailes y desesperaciones, en el ciclo de la vida para la que fuiste esplendor y eres nada.

sábado, 25 de agosto de 2018

Paraíso distante



Un  lugar tranquilo. Verde hierba alfombra la tierra habitada. Tan sólo se ve la huella del veloz progreso en el camino que ha creado el transitar de coches hasta este apartado lugar. Me acerco al agua, procurando aliviar la angustia de mi soledad, y el chorro cayendo de la fuente me hipnotiza por momentos. Luego, sacio mi sed, absorto en el frescor del agua. Podría quedarme por un tiempo indefinido en este paraíso distante de la civilización. Arrancar las raíces que me unen a ella: olvidar y emprender un nuevo camino. Pero mi corazón palpita, revigorizado por el agua natural, la memoria despierta y, tras una intensa reflexión, emerge con toda su fuerza desde mi interior el sentido de la responsabilidad. Que me une a una vida alejada de campos verdes y aguas puras.

lunes, 20 de agosto de 2018

Juego de los sentidos



Sonido de fondo: una pelea doméstica. Escuchada mientras uno pretendía acicalarse ante el espejo. Aquello que llaman embellecerse. Ante ese espejo, el cabello húmedo por el agua del peine, y los ojos ejercen de imitadores en ese juego de los sentidos que, desde el sonido del tormento, invoca la tormenta de unos ojos que todo lo ven: caen gotas de un iris húmedo recorriendo la cara por las mejillas.

Despiertas de repente y no ves tu cabello revuelto, ni te haces todavía consciente de la larga siesta. La tarde ofrece sus últimas horas de sol, del salón se escucha vagamente una película musical acompañada de comentarios alegremente escandalizados. Y te llega el impacto del recuerdo del sueño, donde poca cosa era armonía. La historia de la vida privada de las personas, te dirás quizá, plagada de tormentas ocultadas como si de furtivos se tratara, cuando de heridos humanos trata la cosa. Así pues, felicitándote de estos instantes de armonía en los que más que un protagonista ausente, eres un actor mudo y atento, te acercas al salón a reunirte con los tuyos. Alejándote del recuerdo de la tormenta y entrando en una melodía alegremente escandalizada.

sábado, 21 de julio de 2018

Ciclos



Recuerdos de una tarde de verano. Cuando el sol resplandeciente ofrece un descanso bajo la copa de un árbol. Allí, en el valle, en pleno espacio natural, conversas escuchando tu voz masculina con confianza, y recibes una melodía femenina de frases largas que encanta hasta a los pajarillos circundantes. La mujer rebelde de voz trémula y accesos de ira, aquella que se perdió en el remolino de heridas provocadas por enemigos circunstanciales, ha logrado salir a flote, encontrar la serenidad, buscar las fuentes de su afecto y, por fin, deleitarse de la vida. Saliendo del ciclo de la búsqueda de sí misma, por derecho propio. Ojos radiantes, sonrisa contagiosa: objetivo alcanzado.

Saliendo del sueño, tu mente va retomando el contacto con el presente de la sala de estar de aquello que los años han convertido en tu hogar y escuchas al niño tamborilear con unos cacharros en la cocina. Es entonces cuando se completa un ciclo en una vida que es la tuya. El momento en que percibes que, el lejano recuerdo en la nitidez del sueño, se liga a la plenitud del presente. Y escuchas, de repente, aquella voz que te provoca la misma sensación melodiosa que antaño, espabilando, poniéndote en pie de un salto y dando gracias a la vida.

miércoles, 20 de junio de 2018

Paseo hacia el cariño



La salida de una casa humilde. Caminando aletargado por el calor acuciante, escucho las tertulias provenientes de casas con las ventanas abiertas. Subo las escaleras hacia el parque, una tras otra con pesadumbre. Ante mi mirada se alzan los árboles que ofrecen sombra y murmullos de parejas enamoradas. Algún perro corre, veloz. Da la impresión de sentirse pletórico. Conozco de sobra el parque. Sigo por el pequeño montículo que hay en su zona central y atravieso un puente, en medio del cual a la sombra que ofrece un viejo e imponente árbol, vegetación con toda una historia detrás, se reúnen cuatro ancianos con sus pajarillos enjaulados. Finalmente, tras haberme impregnado del olor a vegetación, salgo del parque y me acerco al mercado. Allí, una mujer en los cuarenta, como yo, vende embutidos. Sé que ya está acabando su turno. Cuando me ve, me guiña un ojo. Cuánto sube la autoestima ese goteo de cariño que recibe uno en el día a día de su roce con la que se ha convertido, por el azar de un primer encuentro feliz y el cuidado en el trato emocional de aquello que llaman la sutileza de la compañía, en dilatada compañera de este trayecto por la vida.

domingo, 3 de junio de 2018

Guía



Con un inmenso dolor, Julio dejó que le cogieran por los brazos y le llevaran a una habitación fresca y ventilada donde poder reposar. Allí, en la penumbra de un espacio donde percibía voces difusas en su calidez y cercanía, iba perdiendo la noción del tiempo. Una lejana intuición, cuando la razón ya le fallaba, le hacía estremecerse al sentir que se acercaba el momento en que alma y cuerpo se separarían. Le dieron un poco de agua, le pusieron una toalla húmeda sobre la frente caliente. Los familiares estaban sumidos en la desesperación, en un ambiente que se hacía consciente de que se iba la brújula de la manada ¡Tantos años! Habían tenido tiempo de hacerse una idea de ello y, sin embargo, llegado el momento el estado de parálisis era nuevo e inesperado. Se acercó Miguelito, el pequeño del clan, esquivando cuerpos gesticulantes de adultos con mayor conciencia, y mostró la senda con su instinto de vida, cariñoso hacia el patriarca agonizante. Le susurró unas palabras al oído, que el abuelo respondió alzando un grito de sagrado agradecimiento, y acarició el brazo del anciano. El brazo de un cuerpo que, ya, yacía inerte. Se giró el niño hacia la concurrencia, con un rostro que transmitía una plena conciencia del momento, y los familiares entendieron como señal divina que ahí estaba el nuevo guía de la familia.

viernes, 25 de mayo de 2018

Perder el norte



Después de dormir en la tumbona un largo sueño, desperté aletargado. Era un regreso obligado a la vigilia, al mundo de la conciencia. Un regreso a mi vida que no deseaba en absoluto. Cinco noches de pasión y, como resultado, el desaire que me demostraba que todo había sido un engaño de sutilezas femeninas. Su regocijo era el dominio de mis emociones, un lujo ocasional proporcionado por mi bolsillo fácil para los agasajos y la sensación de triunfo final.

Lo más agradable ha sido el descanso de mi mente, en la veraniega  terraza de una suite que no sé cómo pagaré, trasladada a mundos infantiles y otros de fervores más inocentes. El último cubata de anoche sobre la mesa aún, junto al escritorio. La cama deshecha magnetiza mi recuerdo con la evocación de sus formas en las huellas del lecho. Me creo sollozar, porque no controlo ya el norte de mi vida. Una pasión ausente cuyo fantasma pervive. Me acerco a la cartera y la constatación acierta lo que era una intuición: bien que se cobró las horas de entrega al placer. El pánico me impide llamar al camarero para que me traiga un café. Miro el cubata semivacío sobre la mesa y dejo que mis manos lo alcancen. Sorbo su líquido, ya carente de toda frescura o magia que pudiera invocar el brindis nocturno. Me giro de nuevo hacia la terraza, el sol luce enérgico, decidido a caminar hacia allí, trascender la barandilla y caer en el sueño eterno.

sábado, 14 de abril de 2018

Un banco junto al mar



La nostalgia me invadía sentado en el banco junto a la desembocadura del río el en el vasto mar. El cielo gris y mis recuerdos emergían, sin dar sosiego a la desmemoria. Los años transcurridos, el tiempo perdido. Anclado como había estado durante años a una experiencia que dejaría la profunda huella de un nuevo gesto en la expresión de mi cara. Una sonrisa antaño vivaz se tornó taciturna, una ceja arqueada con ironía perdió su brío. Joaquín fue hombre cultivado, gran amigo con quien compartir afinidades en desuso. Marga, su esposa, una muestra de agudeza para la percepción del mínimo detalle en las interioridades, fortalezas y flaquezas, de esta nuestra compleja condición masculina, que apenas nos es dada conocer.

En la armonía de una amistad profunda entró la marejada de aquella sutil feminidad, curiosa hasta el peligro con tal de asir la esencia de la vida. Y fue así que primero llegó su presencia atenta, luego la persuasión de sus palabras y, finalmente, el fulgor de sus labios y mi ansiedad por las formas de su cuerpo. El triángulo dejó al descubierto sus aristas y el brillo de la cómplice amistad viró en suspicacia e inseguridad. En un territorio dominado por una mujer que nos había conquistado a los dos, quienes la adorábamos en la soledad del teclado de nuestros escritorios. Con la única inspiración de un vínculo salvaje que nos arrastraba en su deriva hacia el mar al que iban a dar las aguas de aquel río que entonces me acercaba a contemplar entre suspiro y suspiro y hoy contemplo desde el invierno de mi vida, en un banco que ya empieza a humedecerse por una llovizna que amenaza con convertirse en tormenta. El cauce de una vida cuyas aguas se hundirán definitivamente, cualquier tarde, desde una habitación con vistas a este lugar en medio de un recuerdo marcado. La señal de que he vivido; la amistad, la pasión y su tormento.

viernes, 30 de marzo de 2018

Retrato



Una jornada particular. Tras compartir una bebida tonificante con los amigos de este ambiente formado por pintores taciturnos, arquitectos que enraízan su origen en el trabajo humilde de albañil y escritores entre seductores y místicos, me evado de la atmósfera de humo y alcohol para dirigirme a la soledad del lienzo. No busco que brote de ahí una naturaleza muerta, un retrato de sociedad o unos rasgos fieles a la realidad. Exploro pero en el fondo busco la esencia de mí mismo. Y así va plasmándose una figura ensoñada por la idealización de mi memoria que no es otro sino quien yo desearía ser en un futuro.

domingo, 11 de marzo de 2018

La voz de mi memoria



En la soledad de mi rinconcito, el lugar que me invita a soñar, huir de este mundo que me mira como a un extraño, para crear la arcadia del encuentro feliz, escucho de fondo una voz inconfundible. Es la del viejo amigo, que quedó atrás con los azares de la vida: traslados, cambios de ciclo y su nombre siempre en el recuerdo. Es su recuerdo el que me habla, la voz de mi memoria que le sabe en algún lugar, acompañado de su eterno cigarrillo mientras consume su vida torrencial en una dinámica de amores efímeros escogida por propia voluntad. El recuerdo es la biografía de un sendero, el que nos ha conducido por esta vida aún por transitar que, aunque probablemente nunca más dé lugar al encuentro con el pasado de montañas nevadas en días de esquí, deja por siempre su huella perenne, fruto de la semilla que generó la feliz, tortuosa y al cabo cómplice amistad juvenil. Alimento de la edad adulta.

sábado, 17 de febrero de 2018

Experiencia


En su juventud floreciente, Carlos elaboró grandes sueños en su mente. Lo hacía mientras charlaba con los amigos a  la salida de un trabajo mal remunerado y duro. Se sentaban en un banco del paseo marítimo y, agradeciendo la brisa que les hacía sentir un poco más vivos, aventuraban planes, compartían opiniones y buscaban, entre todos, el medio de salir del submundo en que vivían.

Carlos, sin embargo, maduró en aquel ambiente gris y falto de promesas. Cuando alcanzó la treintena, era ya un vagabundo que no había tenido ocasión de aprender a leer ni escribir. La única vía que tenía para desarrollar sus sueños era el instinto vital, que se traducía en movimiento, supervivencia al límite y la calidez de una hoguera en compañía de conflictivos desposeídos a los que, gracias a su instinto, era capaz de sacar un gesto de afecto: una sonrisa amable, un golpe ingenioso.

Cuando llegó a los cuarenta años, Carlos era ya un hombre viejo, con unas facciones muy arrugadas que dibujaban un marcado carácter. Fue entonces cuando, al recoger unos zapatos viejos que alguien decidió abandonar a un destino incierto en una papelera, le reconoció un viejo amigo de la juventud. Sorprendido de que le observaran tan detenidamente, tantos años habían pasado, su espíritu adormecido vio cómo se le presentaba el viejo amigo. Su voz y sus gestos hicieron el resto para que el desafortunado vagabundo supiera de qué le hablaban. El amigo había tenido más suerte en la vida. Le había sonreído la fortuna y tenía un bonito piso en propiedad, familia y un buen trabajo. Se lo llevó consigo, hizo que le atendieran los servicios sociales y la fuerza de la amistad que un día creyeron sueño del pasado les llevó a dar largos paseos por las tardes, lo que suponía un estímulo añadido para Carlos en sus esfuerzos por entrar en ese mundo del arraigo tan extraño para él.

Su amigo tenía cierta facilidad para escribir, y él nunca había dejado de soñar. Además, su característico instinto para vivir le había llevado en mil ocasiones a bajar su ingenio del mundo de la imaginación al de la más resolutiva vida real. Y fue así que él le iba narrando sus andanzas, mezcladas con algún sueño de gloria, a su entrañable amigo, que tomaba nota y luego encajaba las piezas elaborando un bello texto en casa.

Pasó el tiempo y la narración de las andanzas del Carlos llegó a su fin, su compañero articuló un libro completo con las mismas y ambos estaban felices; el uno porque había conseguido que el amigo se reinsertase en la sociedad, el otro por haberlo logrado. No sabían qué hacer con aquella historia, sin embargo. Finalmente, Carlos se vio circulando de biblioteca en biblioteca, colegios, centros cívicos y residencias de ancianos, trasladando a unos y a otros sus experiencias. Sus últimos años fueron felices, porque la comunicación de sus vivencias provocaba un agradecido afecto por parte de su auditorio. Y así, en su temprana vejez, llegó a ser una persona muy querida que, lastrada por una dura vida, murió tras respirar henchida por última vez y dibujar su última sonrisa.

sábado, 3 de febrero de 2018

Barcelona


Pienso en la ciudad que me ha ofrecido tantos amaneceres, tantas tardes de paseos en sus calles. He visto a turistas atiborrarse de sidra en Las Ramblas, otros embelesados por la impresión de ver las obras de Gaudí y aquellos que se adentraron en barrios cucos de la ciudad, procurando impregnarse de su ambiente. Tuve yo, también, tiempos de atracción por lo exótico en esta ciudad, producto de una visión primeriza. El paso del tiempo me invitó a ver que no sólo existía el mercado de La Boquería o el parque Güell, y que quizá se me hacía más interesante escuchar hablar a alguno de esos incesantes turistas en su idioma nativo, verlos con sus fisonomías, ropas y gestos distintivos. Me adentré en la lengua del lugar, procurando no caer en el error de catalanizar el castellano ni castellanizar el catalán y fui, así, conociendo a sus gentes, con sus diferentes hábitos. Los barrios más acomodados, los barrios humildes y aquel más cultural. Viví tiempos de armonía y tiempos de tensión. Y, dándome cuenta  de que ya ha transcurrido un buen puñado de años, creo que esta ciudad ofrece los mismos amaneceres, las mismas tardes a una persona que sigue paseando por sus calles con la mirada distraída o atenta, pero cuyos ojos ven ya desde dentro este lugar que no es tan bello como lo pintaron, ni tan oscuro como algunos lo vean hoy, pero que, indiscutiblemente, cobra su propia aura para quien logra palpitar con sus calles. Un lugar que fue desconocido, hoy me resulta conocido y del que mañana seguro me quedarán cosas por conocer.

domingo, 14 de enero de 2018

La realización


Desayuno con mermelada de ciruela. Voy saliendo del adormecimiento mientras mi paladar se deleita y los sueños se funden con la vigilia. Utopías del pasado maduradas en una noche de descanso se convierten en proyectos palpables. Así, donde ayer temblaba la supervivencia del alimento, hoy se crea el espacio para que una persona haga crecer su nido. Ella duerme, yo me voy acabando la tostada y el café, y noto como la temblorosa inseguridad de antaño se convierte en pulso firme. El pulso de quien se atrevió a idear, a madurar planes contra viento y marea y, por fin, tras mucho bregar en solitario, impulsado tan sólo por la fuerza del convencimiento y el calor del amor, bajó del carro de su obligado individualismo y se atrevió a tender su mano al prójimo para confiarle la brújula hacia el mapa de la tierra firme. Y es así como salgo de casa, enlazo ideas, se crean diálogos constructivos, lazos del progreso y vuelvo a casa con prendas de abrigo, comida y satisfacción.

Ella me da un beso y me pregunta por qué no cocino. Mis proyectos en marcha en este patriarcado que, paso a paso, va dejando de serlo, ella se sienta en mi despacho, crea espacio entre tantos papeles y empieza a plasmar su propio proyecto. Poco a poco, me veo dando de comer a la criatura que el impulso de mi determinación logró hacer viable. He bajado del mundo de los proyectos ideados y realizados a la tierra firme de la vida cotidiana, y ahora es mi amor quien se columpia entre fantasías de ensoñaciones emprendedoras mientras se le encienden los ojos de ilusión. Un día algo se mueve junto a mí en la cama y noto que es ella, que se ha despertado temprano. Sigo durmiendo y no la veré hasta la tarde, cuando me dirá que, esa mañana, la mermelada de fresa le ha sabido a capricho divino, que su ensoñaciones por fin han cuadrado, y se me muestra henchida, radiante y realizada por haber podido plasmar, ella también, sus un día utópicos proyectos en una realidad concreta, que amplía nuestro nido, da más sentido a nuestro hogar y nos colma de felicidad.