En la noche cerrada, unos ojos repentinamente abiertos. El
sueño quebrado por la súbita conciencia del choque del recuerdo. Unos grandes
puentes sobre el río, descubiertos a medida que tu onírica vista de pájaro los
va atravesando. Grandes y espaciados. Y, al final del camino, el presentimiento
te dice que está ella, a quien creíste flor de un día. Intensa, aromática. El
batir de tus alas te hace avanzar y avanzar, dejando con tu mirada el surco de
tu huella reflejado en las aguas del río. El ancho cauce ha quedado atrás, los
puentes han dado a pequeños pasos de piedras y te acercas al nacimiento del
río. Allí, sentada, ves a la sirena de este sueño tuyo que antaño fue realidad.
Te mira con ojos que expresan una larga espera. Sonríes, la besas por fin cubriendo
de cariño los vacíos del pasado. La abrazas fuertemente, escuchas su voz
trémula y, alzando la mirada agradecida al cielo, despiertas.