lunes, 4 de mayo de 2015

Ventana abierta


La cabeza revuelta: pensamientos difusos, inconexos y disconformes. El escondite de la mente, que me sirviera para vivir en un ecosistema natural, arcádico, a medida, se revela poco ejemplificante. En mi ideal moralidad, viví tranquilo hasta que, un día, quizá más en pruebas sucesivas, oí el crack, el choque con la práctica realidad, que exigía contacto con la hoja perecedera, los campos en flor que, oh despiste, al cambiar de estación perderían su hermosura. Así, un día peinando canas me di cuenta de que la vida es aquello que una vez acaricié con la yema de los dedos de joven y que, a base de choques, cracks, cracks, progresivos, ha ido llamando a mi ventana de nuevo, con piedrecillas cuya llamada quedaba antaño neutralizada por la sensibilidad apagada. Ahora, abro y dejo el aire puro y fresco entrar. Me fijo en los campos en flor desde la distancia, y cojo una de esas piedrecillas traídas por el viento. Mientras la observo, un pajarillo se ha posado sobre el alféizar, y yo respiro profundamente sintiéndome despertar. 

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