La cabeza revuelta: pensamientos difusos, inconexos y
disconformes. El escondite de la mente, que me sirviera para vivir en un
ecosistema natural, arcádico, a medida, se revela poco ejemplificante. En mi ideal moralidad, viví tranquilo hasta que, un día, quizá más en pruebas
sucesivas, oí el crack, el choque con la práctica realidad, que exigía
contacto con la hoja perecedera, los campos en flor que, oh despiste, al
cambiar de estación perderían su hermosura. Así, un día peinando canas me di
cuenta de que la vida es aquello que una vez acaricié con la yema de los dedos
de joven y que, a base de choques, cracks, cracks, progresivos, ha ido llamando
a mi ventana de nuevo, con piedrecillas cuya llamada quedaba antaño
neutralizada por la sensibilidad apagada. Ahora, abro y dejo el aire puro y
fresco entrar. Me fijo en los campos en flor desde la distancia, y cojo una de
esas piedrecillas traídas por el viento. Mientras la observo, un pajarillo se ha
posado sobre el alféizar, y yo respiro profundamente sintiéndome despertar.
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