Las intermitencias de la lluvia, ahora sí, ahora no, la hacen
volar del varón esbelto y decidido al tierno sentimental; una vez es un
clarividente economista, otra un opaco administrador de fincas de quien ella
saca la luz. En ratos de actividad, cuando se encuentra con él, un día se
llamará Azul y otro Verde, se siente en el lugar adecuado. Sin embargo, sentada
ante una copa en momento de asueto, cuando el silencio calma la charla y la
reflexión aparece desde las sombras, se siente inquieta y vuelve a sus
fantasmas. La palabra desprejuiciada la hace verbalizar el puzzle interior, y
de ese verbo emanado de forma impetuosa aparece la templanza. Orientada en la
experiencia del amor, insegura ante la vida actual, tan incierta y atada. En
ratos muertos el puzzle ordenado se descompone, pensando que si Azul, si Verde…
Y ella sigue tan hermosa, deseada, desafiante y esquiva. Mujer incierta.
Un lugar donde expresar libremente las reflexiones más variopintas, desde la plácida mañana a una dosis de buena literatura.
domingo, 31 de enero de 2016
sábado, 16 de enero de 2016
Calor
Inmerso en la taza caliente de café matutino, deja que vague
el rumor de voces proveniente de las noticias en la radio. La cocina está
resplandeciente: cuidada con cariño, tiene en un estante las especias, en otro
el café en grano y las infusiones… Parece que siempre haya sido así, que el
reino de la abundancia que, para él, es su ligero bienestar, fuera la historia
con que forjó su valiente carácter. Y, sin embargo, la sonrisa picarona que
dibuja sus alegrías se sabe creada sobre un lienzo que conoció la tristeza en
la penuria.
Deposita el café a medias sobre la mesita, presta más
atención a las voces de la radio y sonríe ante la frivolidad con que se nos
comunica el devenir del mundo que nos rodea, ese carnaval, luminoso y sombrío,
que pretenden hacernos ver como un escaparate de digestión sencilla. De
repente, alza la mirada hacia el aparato de radio, se acerca, cambia de
frecuencia en busca de genuina música rock y empieza a guisar.
Tiene invitados a comer, el uno irónico a más no poder; la
otra frágil y trémula que te sorprende con un arranque de firmeza; el más
anciano, lleno de historias que contar. Según la atmósfera que le envuelva,
siempre lo dice, un guiso le puede salir de una manera o de otra, y esta vez,
se teme, las ganas de calor en una reunión convertida ya en ceremonia familiar,
le están dando un fuelle que, añadido al ritmo que está imprimiendo la energía
de la música en sus manos, le van a conducir a un guiso con mucho cuerpo.
Los invitados van llegando mientras él ultima la cocción, la
tertulia se aviva y renace el carnaval de la vida, con sus verdaderas luces y
sombras, envuelto no obstante en el ser cercano. Almuerzan con apetito, dan
cuenta de un par de botellas de vino, y, avanzada la reunión, se ponen francos.
Entonces se reconocen los unos a los otros de nuevo, cómo siguen siendo las
mismas personas con sus mismas historias que, a fuerza de amistad, han ido
enhebrando en común. Y sin embargo, como cada amanecer que nos ilumina, se
sorprenden con la nueva revelación del íntimo yo de cada uno. Son estas las
ocasiones en que, naciendo de una sobria tristeza, se puede ver la evolución en
el rostro del anfitrión hacia su picarona sonrisa sin trampa ni cartón.
martes, 5 de enero de 2016
Sabía que sí, y sabía que quizá no
Por la mañana, se había levantado con una ilusión incierta.
Sabía que sí, y sabía que quizá no.
Sí sabía que le hacía ilusión ver aquel mundo de variopintos
tonos emocionales que descubrió en ella a través de largas conversaciones
telefónicas en la intensidad de cinco o seis días desde que, en aquellas
navidades tan monótonas y rutinarias, la descubriera a través de una accidental
llamada de ella en tono iracundo reprochándole que no cambiara el contrato de
la línea telefónica, aún a su nombre cuando la pareja ya se había disuelto
entre los vapores de aguas volcánicas… Cuando su arrebato se apaciguó, tuvo que
decirle que se equivocaba de persona, y a raíz de ahí…
Sabía que quizá no: que ella podía dudar entre salir al frío
y coger un tren para verle o refugiarse en la soledad y, quizá, el capricho.
Sabía todo aquello, y a pesar de todo le había comprado un caprichito con la
ilusión de dar dulzura a sus navidades.
Sabía que sí, y sabía que quizá no, pero sobre todo sabía que
había dado con una bonita coincidencia que le compenetraba con un pequeño
huracán de metro setenta y un arcoíris de emociones. Y se gustaba aquella mañana
porque, tras la incertidumbre, había una extraña sintonía que le hacía
presentir que le había encontrado la tecla del por qué.
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