Recuerdos de una tarde de verano. Cuando el sol
resplandeciente ofrece un descanso bajo la copa de un árbol. Allí, en el valle,
en pleno espacio natural, conversas escuchando tu voz masculina con confianza,
y recibes una melodía femenina de frases largas que encanta hasta a los
pajarillos circundantes. La mujer rebelde de voz trémula y accesos de ira,
aquella que se perdió en el remolino de heridas provocadas por enemigos
circunstanciales, ha logrado salir a flote, encontrar la serenidad, buscar las
fuentes de su afecto y, por fin, deleitarse de la vida. Saliendo del ciclo de
la búsqueda de sí misma, por derecho propio. Ojos radiantes, sonrisa
contagiosa: objetivo alcanzado.
Saliendo del sueño, tu mente va retomando el contacto con el
presente de la sala de estar de aquello que los años han convertido en tu hogar
y escuchas al niño tamborilear con unos cacharros en la cocina. Es entonces
cuando se completa un ciclo en una vida que es la tuya. El momento en que
percibes que, el lejano recuerdo en la nitidez del sueño, se liga a la plenitud
del presente. Y escuchas, de repente, aquella voz que te provoca la misma
sensación melodiosa que antaño, espabilando, poniéndote en pie de un salto y
dando gracias a la vida.