miércoles, 20 de junio de 2018

Paseo hacia el cariño



La salida de una casa humilde. Caminando aletargado por el calor acuciante, escucho las tertulias provenientes de casas con las ventanas abiertas. Subo las escaleras hacia el parque, una tras otra con pesadumbre. Ante mi mirada se alzan los árboles que ofrecen sombra y murmullos de parejas enamoradas. Algún perro corre, veloz. Da la impresión de sentirse pletórico. Conozco de sobra el parque. Sigo por el pequeño montículo que hay en su zona central y atravieso un puente, en medio del cual a la sombra que ofrece un viejo e imponente árbol, vegetación con toda una historia detrás, se reúnen cuatro ancianos con sus pajarillos enjaulados. Finalmente, tras haberme impregnado del olor a vegetación, salgo del parque y me acerco al mercado. Allí, una mujer en los cuarenta, como yo, vende embutidos. Sé que ya está acabando su turno. Cuando me ve, me guiña un ojo. Cuánto sube la autoestima ese goteo de cariño que recibe uno en el día a día de su roce con la que se ha convertido, por el azar de un primer encuentro feliz y el cuidado en el trato emocional de aquello que llaman la sutileza de la compañía, en dilatada compañera de este trayecto por la vida.

domingo, 3 de junio de 2018

Guía



Con un inmenso dolor, Julio dejó que le cogieran por los brazos y le llevaran a una habitación fresca y ventilada donde poder reposar. Allí, en la penumbra de un espacio donde percibía voces difusas en su calidez y cercanía, iba perdiendo la noción del tiempo. Una lejana intuición, cuando la razón ya le fallaba, le hacía estremecerse al sentir que se acercaba el momento en que alma y cuerpo se separarían. Le dieron un poco de agua, le pusieron una toalla húmeda sobre la frente caliente. Los familiares estaban sumidos en la desesperación, en un ambiente que se hacía consciente de que se iba la brújula de la manada ¡Tantos años! Habían tenido tiempo de hacerse una idea de ello y, sin embargo, llegado el momento el estado de parálisis era nuevo e inesperado. Se acercó Miguelito, el pequeño del clan, esquivando cuerpos gesticulantes de adultos con mayor conciencia, y mostró la senda con su instinto de vida, cariñoso hacia el patriarca agonizante. Le susurró unas palabras al oído, que el abuelo respondió alzando un grito de sagrado agradecimiento, y acarició el brazo del anciano. El brazo de un cuerpo que, ya, yacía inerte. Se giró el niño hacia la concurrencia, con un rostro que transmitía una plena conciencia del momento, y los familiares entendieron como señal divina que ahí estaba el nuevo guía de la familia.