domingo, 21 de diciembre de 2014

¿Qué fue de mi Rolls Royce?


La verdad es que se había convertido en una gustosa costumbre llevar en la mochila el pequeño ordenador de camino al despacho que, con sangre, sudor y lágrimas, tenía alquilado en la calle Vientos del barrio de Bienso. No sé que tiene la gente contra los barrios suburbiales: si uno tiene reflejos, buenas piernas y sabe poner la voz en grito, todo va sobre ruedas.

Allí llegué yo con mi mochila que, además del ordenador, llevaba el túper con la comida para calentarla en el microondas que me había montado en el despacho. Colgué el abrigo en el armario mientras el suelo con pelusilla se removía un poco. Saqué el ordenador y lo dejé en el pequeño escritorio junto a la ventana que daba al patio interior, minúsculo y sin apenas luz. Una diminuta ventana por la que mi mirada muchas veces se perdía en reflexiones de índole diversa. Conecté el ordenador a la fuente de energía para que la batería me fuera fiel durante un rato y, mientras tanto, puse una infusión de manzana con canela a calentar en el pequeño microondas.

Durante la hora intensa que pude aprovechar para desarrollar las notas del sesudo informe en el ordenador, sentí esa peculiar satisfacción del profesional realizado con un trabajo que ama, y considera realizar con entrega y provecho. Se acababa la batería, sin embargo, cuando ya estaba a punto de empezar a desarrollar el título tercero, y decidí, conociendo a aquella máquina con la complicidad con que una mujer conoce su cabello, dejarlo en el final del título segundo y aprovechar para hacerme otra infusión y leer detenidamente los datos adjuntos a las notas del título tercero.

Estaba yo trabajando ya en otra oleada de energía sobre el título tercero y me paré a pensar en lo afortunado que era por poder gozar de un diminuto aparato que, si bien algún iluminado consideraba estaba anticuado, me llevaba la oficina encima. Tiempos aquellos en que empleaba la máquina de escribir. Con el título ya concluido y el trabajo, así, listo para la entrega, pensé en hacerme un homenaje con un buen cruasán en la pastelería de la esquina. Apagué el ordenador, a falta de imprimir el trabajo a la vuelta, y salí escopeteado a ese excelente nido de dulces que mi antigua socia Greta decía no era más que una fuente de colesterol industrial.

A la vuelta, tras haber saboreado mi café y mi pastita, me senté en el apañaíco escritorio, le di al botón de encendido en el ordenador y me empezaron a salir datos y datos con números interminables y colecciones de letras. Extrañado por la insólita pérdida de fiabilidad de mi ordenador, decidí apagarlo y esperar unos minutos a ver si se calmaba para encenderlo de nuevo. Procuré llamar a los buenos augures mientras miraba hacia el patio interior y, pasados unos minutos, lo intenté de nuevo convencido de que la repentina pereza de mi compañero de viaje se habría disipado. Sin embargo, volvieron a aparecer la misma retahíla de números y letras sin orden ni concierto. Me resultaba imposible transmitir mi voluntad al ordenador que se había vuelto, de repente arisco.

Nervioso e irritado, apagué la máquina, traté de considerar la mejor opción para obtener la impresión del documento concluido y no tuve otra elección que coger la mochila con el túper y el ordenador y acudir al informático del barrio. Arrepentido por haberme gastado los duros en el café con la pasta cuando no sabía el desfase que iba a crear en mis cuentas el imprevisto. Entré con la curiosidad de quien, como era mi caso, recurre por primera vez a los servicios de un profesional en particular, pues mi ordenador no había dado nunca problemas de muelas, fiebre, o similares que se le puedan achacar a un compañero que es ya como un hermano. Me sorprendió ver la figura de un hombre con el rostro rojo y venoso, de carácter nervioso y con ciertas manías propias de su avanzada edad. Me conciencié de que debía cargarme de paciencia y le di mi mascota.

Lo primero que me dijo fue que el ordenador no servía para nada, que por el dinero de la reparación me vendía uno nuevo. Pero a mí no me la cuelan. Un Rolls Royce Phantom II será un Rolls Royce Phantom II por mucho que pasen los años, me reafirmé sonriendo ante el nombre que tan cariñosamente le había puesto a mi ordenador cuando, hacía nada menos que cinco años, me lo regalara mi sobrina después de acabar la selectividad con excelentes notas y sus padres la recompensaran con un ordenador más adecuado para sus estudios universitarios de artes gráficas. Así que, sin demora, lo que hice fue plantarme en seco desde el fondo del corazón y exteriorizar una diplomacia que le indicaba mi voluntad de obtener el ordenador reparado. Tras suspirar y chistar un poco, me dijo que necesitaba un poco de tiempo para mirarlo, y que lo pasara a recoger al día siguiente a última hora de la mañana. Con toda mi buena voluntad, le dije que lo necesitaba para media mañana, pues debía entregar el trabajo antes de mediodía. Me contestó, azorado, que tenía visita con el cardiólogo a primera hora de la mañana, pero que dada la excepcionalidad del caso se pondría con el ordenador tras cerrar a última hora y lo tendría listo para cuando llegara al día siguiente del médico. Se lo agradecí infinitamente y me interesé con cortesía por su salud. Encogido y con temores, confesó que estaba pendiente de un by-pass. Le deseé que le fuera bien la prueba, recomendándole calma, y me fui tranquilo de nuevo al despachito, donde comí pausado las sabrosas salchichas de mi túper y pasé la tarde trabajando a la vieja usanza: boli y folio en mano.

Al día siguiente, llegué a su tienda a la hora convenida. Me extrañó ver el local cerrado y esperé contando los minutos para recibir mi ordenador, imprimir el documento y correr a entregarlo para recibir la minuta. Tuve tiempo de acordarme de toda su familia, pero cuando llegó un cuarto de hora más tarde, acelerado y con la cara más roja si cabe que el día anterior, me compadecí de él y no chisté. Entramos en la tienda, me comentó que el ordenador ya funcionaba perfectamente y se dispuso a encenderlo ante mí para demostrármelo. Mi viejo Rolls Royce Phantom II seguía emitiendo esas letras y números aceleradamente y sin concierto. El hombre me juró que lo había arreglado, despotricó contra las carencias del avejentado aparato y fue alzando y alzando la voz, y hablando cada vez más rápido. Le temblaban los brazos al gestualizar, se le inflamaban las venas del cuello, los ojos se desorbitaron por fin y cayó con toda la fuerza de su cráneo sobre mi querida mascota, que no soportó el golpe seco y se quebró como años antes se quebrara mi querido scooter en la autovía del Levante. Caí de rodillas en duelo, me brotaron las lágrimas y los ojos húmedos dejaron de discernir el entrañable ordenador y aquel cabezón viejo achacoso que había dado al traste con la fiabilidad alemana de mi mascota y los ingresos que me debía reportar la entrega del documento.


No soy yo muy católico, así que no velé a mi Rolls, tan sólo lo entregué a un desguace para que sus órganos fueran aprovechados por aparatos jóvenes y saludables como lo fue él en su larga vida. Junto a la pequeña ventana del despacho, todavía triste, pensaba en qué fortuna quiso deshacer la sociedad que formábamos, el lazo que teníamos. Y por fin, quitándome una cana de la ceja ante el reflejo del cristal, pensé que era simplemente que unos y otros nos hacemos irremediablemente viejos. 

martes, 16 de diciembre de 2014

Puentes


Pasar unos días junto a ti, en un lugar que me vio disfrutar de la juventud y amanecer a la madurez, recordar aquellos tiempos de conversaciones tímidas, confesiones maduradas ante un modesto manjar y abrazos frecuentes de la más pura amistad. Todo ello me remueve y me conmueve, y ansío ver, tras años de noticias esporádicas ante la distancia en el espacio y aquella que provocaron las personas que se nos cruzaron, los compromisos que no nos atrevimos a adquirir; esa cara que ya no será la de una chiquilla noble, fina en su delgadez y maneras.

En el autobús que me conduce a lo que muchos llaman su casa y tú siempre has llamado prosaica “mi humilde morada”, cruzo unas palabras con el joven despistado que se acaba de sentar a mi lado, exhausto tras dejarse la mochila sobre el regazo. Las aceras lluviosas me hacen evocar los otoños de antaño; el tiempo que refresca, me lleva al recuerdo caprichoso de la cazadora que me regalaste un día no muy diferente a priori de cualquier otro. Sonrío irónico ante el vuelo de nuestro juego: ¡no estoy lejos de casa! La lluvia atiza, los cristales crean una cortina que impide ver con nitidez el exterior y me sorprendo ante el reflejo de mi cara, unos cuantos años más viejo que en las fotos revisitadas estos últimos días ¿Cuál fue nuestra tozudez, nuestro sangrado desencuentro?

Desciendo del bus, resguardado del chaparrón bajo mi amplio paraguas gris, suspiro en un amago de congoja e invade mi cuerpo una ola de bienestar. Quizá sea eso que llaman esperanza. He cruzado estas calles incontables veces en el paréntesis de los años, unas veces con destino a un encuentro ocioso, otras medio dormido de camino a una tempranera cita laboral. Cada vez se hacía más vaga la huella, más difuminado el recuerdo de nuestra amistad.

La lluvia cede a mi paso. A punto de llamar al timbre, escucho tu inconfundible voz darme un grito desde lo alto. Veo tu balcón con plantas: recuerdo algo extrañado aquella ineptitud juvenil para las aficiones tópicamente femeninas. Me sorprende ese cuerpo fondón embutido en un vaquero y un jersey grueso que parece de lana negra. Llevas gafas y me impeles a que te dé muestras de que no me he quedado mudo durante estos años. Así que te saludo efusivo, bromeo, te pido que me abras y me acerco de nuevo al telefonillo del portal, con mi absurda maleta de fin de semana y el paraguas, con el espíritu agitado. Recibida la señal, atravieso el primer umbral del edificio.

El ascensor sube con decisión hacia el séptimo. La mujer que se ha subido junto a mí refunfuña a su perro, que olfatea mi paraguas. La respiración se acelera, hago un gesto nervioso con el paraguas que hace ladrar al animal. El ascensor se detiene y, Misia, abres la puerta, ocultando las canas de tu cabello negro con artificios de peluquería. Tras despedirme con voz entrecortada de la señora que subía conmigo, me fundo en un abrazo contigo que contiene el anhelo compartido, y la angustia de la soledad en el recuerdo de aquello que se creía perdido ¿Qué estamos haciendo? Una llamarada de ilusión tras la desesperación y la irreverente reaparición de tu mirada.

Quisiste ser ingeniera y ahora tan sólo queda de ello la pista de un piso repleto de fotografías de grandes construcciones: puentes, industrias aparentemente estériles en colores fríos... engalanados por cuidados marcos. Me conduces risueña a la habitación de invitados, donde dejo rápidamente las cuatro cosas que he traído y me vuelvo a meter en esa fiesta a dos que tiene un aire a picoteo de buena cocinera y alcohol ligero. Sentados entre sonrisas ilusionadas mientras, de vez en cuando, nos exaltamos ante un trueno o la fuerza repentina que cobra el aguacero.


Quizá pensemos los dos que este pequeño lapso de tiempo que nos ofrecemos empezó a desvanecerse cuando nos vimos. El tiempo en una cuenta atrás. Tratando de hacer rebrotar aquella química añeja, comprobamos cómo el tiempo que nos ha hecho duros y más fríos, nos da otro varapalo: la compañía cotidiana que alimentaba nuestra amistad se ha convertido en un lugar al otro lado del abismo que no puede enlazar con el presente ni uno de tus bonitos puentes deseados. La frustración se manifiesta en nuestra actitud incómoda, silencios prologados. El organillo de nuestra felicidad desapareció. Con los platos vacíos ya ante una mesa que quedará grabada en la memoria, me invitas con una lágrima resbalando del ojo a desaparecer hacia la habitación de invitados. Pero, mañana, no te extrañarás de que haya optado por el sigilo durante la noche para largarme y poner, con ello, la tirita sobre el sueño frustrado de una recuperada amistad.

viernes, 23 de mayo de 2014

La musa



Cada cual tiene una tendencia natural: a unos les da por el dinero, a otros por ver la tele y a otros por hacer el bien.

Yo me siento a escribir y busco mis musas entre los borbotones de palabras que afluyen con inspiración para plasmarlas sobre el papel.

El resultado proviene de esa tendencia natural tan mía: ojos claros, mirada penetrante. A veces un cabello rizado y largo, otras con un estiloso corte de pelo con gracia pero asimétrico. Su timbre de voz, hoy, es suave, sensible, pero mañana es enérgico y censurador. Ella pretende transmitirme la importancia de plasmar la emoción, con toda su sensibilidad y dureza. Ese convencimiento me lleva a pensar que es más un atrevimiento que una debilidad. La dejo hacer porque sé que quiere construir.

La musa, para mí, hace tiempo que es la mujer. A veces ha sido un amor en concreto, cual poeta romántico transformado en cuentista o novelista hace malabarismos; otras una fabulación a partir de una impresión particular.

Hay quien se pasa la vida cantando a la misma amada y, por suerte, hoy son más notorias las mujeres que cantan a su amado. Porque el hombre también está en su derecho de emanar ese embriagador aroma de las flores frescas. Los sexos se compensan, y de su escritura brota energía y virtuosismo. Y uno, que ha buscado a las musas creyendo mucho en la constancia, recibe esa bonita conmoción de la palabra aduladora, lisonjera y en algunos casos, recelosa.

El juego de sexos se convierte en un flujo y reflujo, en una agradable partida de bádminton… esa especie de pluma, tan ligera, que vuela risueña de un lado a otro, en una divertida y feliz competición de sentimientos, pensamientos, expresiones que por fin brotan, miradas que comulgan a medida que van leyendo las palabras que deja suspendidas la pluma en su vuelo, o quedan tras la estela imaginaria, palabras que dan paso a la ilusión, al tiempo que impulsan con más energía esa pluma hacia un recorrido de nuevas posibilidades y juegos de palabras.

La musa como en ese baile, traída por el viento me hace resurgir con brazo enérgico, titubeante a veces o bloqueado cuando soy presa de un objetivo demasiado abstracto o difuminado. Me da las palabras necesarias para lograr expresarme.




sábado, 17 de mayo de 2014

Recordando al gran arcoiris

          


             Cada poco, hay quien sale diciendo que son tiempos de incomprensión, de desapego, que se busca el propio interés y crece la incomunicación y, con ella, sobreviene la soledad.

 Quizá sería bueno recordar que, del mismo modo que en el bonito norte de nuestra España las nubes ocultan tras sus tonos grises el hermoso cielo azul, cuando este aparece despejado, vemos los frutos felices de tanta lluvia. Conviene refrescar nuestra memoria y apreciar que el agua regenera: los montes verdes, el vivo olor de la hierba mojada y el crujir de la tierra húmeda, el placer de salir al aire libre tras un aguacero y ver trazado sobre el cielo al gran arcoíris…

De la misma manera, debemos celebrar el encuentro: si bien es cierto que todo camino tiene su laberinto, también lo es que vamos encontrando tesoros en ese camino. Uno se acerca a la felicidad cuando da relieve a la claridad: el citado encuentro es el tesoro: hallar el detalle, el valor del tiempo que se comparte. Entendiendo que la oscuridad sólo le llega a uno cuando se enreda creándose más laberintos de los que le venían en el menú inicial. Él mismo cae en la incomprensión y la vida grisácea por no saber valorar la esperanza, el momento como un tesoro; y olvida que un día disfrutó del gran arcoíris.




lunes, 12 de mayo de 2014

A un iris crepuscular



            Cae la tarde sobre tus ojos.

El temperamento
que ha arrastrado
tu peso interior
se desvanece y da paso
a un iris crepuscular.

Crees que,
descubierta,
serás vencida.

Te observo y me dices ¿qué?
y sigo mirándote desde la candela
que asoma de mis ojos,
hablándote con cadencia y melodía.

Te sorprendes del calor,
ausente como estuvo.

Tus hombros se encogen
en una reacción de timidez,
frunces los labios
y miras hacia lo lejos,
es un instante perdido.

Cuando vuelves a mí,
yo ya te rodeo,
mi labio te asedia,
aceptas su contacto
y te ruborizas contenida.

Te alisas la blusa,
mesas un rizo
y lanzas a la distancia
una mirada más plena.

viernes, 2 de mayo de 2014

Sueños y vigilias

La vida está compuesta de las experiencias que vamos acumulando mientras, en nuestro vagar cotidiano por los senderos de la realidad, nos batimos azarosamente en esta o aquella aventura. Pueden ser lances mayores o menores, y el estímulo que deje en nosotros muy dispar. ¿Quién aportará pruebas fehacientes de que una vida tranquila al lado del mar, mientras limpiamos mesas y servimos platos, será menos estimulante que la de aquél abogado cosmopolita envuelto en mil casos penales? Lo cierto es que, cabe decir aquí, la vocación va por dentro.

Además de esa vida que hemos elegido o nos ha elegido para nuestras andanzas conscientes, lo que llamamos el mundo de la vigilia, existe otro mundo lleno de experiencias, unas temporadas más estimulantes que otras; a veces recordado tras su vivencia en el pequeño teatro en que se convierte nuestra mente, otras olvidado con el despertar: se trata, sí, del mundo de los sueños.

Así, disponemos de una doble fuente de experiencias. Aquellas que son conscientes y aquellas tan vívidas frecuentemente que se desarrollan en nuestra mente mientras dormimos. Podemos remontarnos a un pasado consciente y transformarlo en un insólito viaje inconsciente frecuentemente preñado de moraleja. Nuestras más íntimas ilusiones y tormentos pueden tomar cuerpo mientras estamos entregados al descanso entre las sábanas.

De uno y de otro mundo se nutren nuestras existencias para alimentar el estímulo de vivir, o su sufrimiento.

sábado, 26 de abril de 2014

Juegos de infancia

El niño juega feliz e inocente en la acera con el balón, entre bancos, paseantes y cerca de los coches. Sin embargo, tiene reflejos para estar al quite de los peligros, parece que lo tenga todo dominado, si bien lo cierto es que ahí está su padre vigilante haciendo las veces de ilusionado entrenador proyectando en su hijo los sueños que tuviera en la infancia, un vago recuerdo de la felicidad en la cual la ligera brisa que cubre la agradable tarde se elevaba sobre la frente inundándola de frescura.

 Entonces, recuerda, el mundo era una bicicleta de tres al cuarto y un sauce dejando caer suaves sus hojas verdes cerca de él, aparcado como estaba con la cháchara pícara de sus amigos, imbuido en un mundo de aventuras, verdaderas amistades e incipiente amor sublimado hacia la hija del ferretero, con su pelito moreno dorado por la luz del verano, sus pequeños pechos amaneciendo.

De golpe, vuelve al presente: mira a su hijo, le ve feliz y no acierta a salir de un vago estado de adormecimiento que le acompaña desde que la madurez le llevó a sus albores, cuando los amigos empezaron a pasar de la sencillez a figurar con una actitud de postín, la confianza se transformó en estrategia y la alegría por vivir en el sueño, profundo, de un paraíso que, sí, les alejo de la real transparencia.

El niño da un balonazo. Su padre, saliendo de las marismas de la reflexión profunda, se torna instintivo y salta, corre, azota el balón en dirección al pequeño y cae al suelo víctima torpe de la falta de práctica. Su hijo ríe a pleno pulmón, papá se incorpora un poco, todavía sentado, los pantalones sucios por una pequeña herida de azares deportivos, juegos de infancia que le despiertan al ver al chaval correr hacia él, lanzarse sobre sus hombros y agitarle de un lado para otro alborozado.


Y se dan un beso, conversan como adultos que son niños o niños que son adultos pero, en definitiva, están en la acera tendidos disfrutando de la brisa de una tarde suntuosa.

sábado, 19 de abril de 2014

El valle de la Media Luna

Esta semana os invito a leer unas líneas de mi estimada Laura Mir:

Entre los flamantes y vivos verdes se pierde la vista hasta dar con escarpadas montañas heladas; se relaja ante el extenso llano que forma el valle de la Media Luna. Dicen los viejos de él, que hace milenios cayó un gran meteorito del espacio dando forma a este singular paisaje; la belleza que ahora mismo observo, entre fresas silvestres, dientes de león y robles centenarios, me hace admirar la capacidad que posee  la naturaleza sanando sus cicatrices.

Chucho, descansa sobre el pequeño sofá de esta cámara, que dejó de estar recta mucho tiempo atrás, cuando todos los días eran felices. De vez en cuando, eleva una oreja vigilante. Me siento tan segura a su lado.

Dentro de un rato, cuando el sol comience a decaer, saldremos a dar un largo paseo por la vereda del río, mientras Chucho, vaticinando que tendrá que cansarse porque son interminables, se toma su tiempo en ensoñaciones caninas, puede que incluya en sus sueños la trabajosa labor de desenterrar un hueso olvidado.

Mi pensamiento se eleva a las nubes blancas, hoy no parecen de algodón, son estriadas, finas, casi transparentes; trazadas sobre el cielo azul de cualquier manera, como a brochazos por un mal pintor.

Hay viento suave que mece las hojas de los árboles, como en una danza etérea, imprevisible y misteriosa, pero con cierta armonía.

A lo lejos se oyen risas sin motivos, gente común y sencilla, celebran algo simple; me siento tan a gusto.

Quizás no sea el lugar más maravilloso del mundo, pero es mi lugar, donde sin ningún pudor puedo extenderme más allá de la piel y obtener las sensaciones que en estos momentos experimento.



Laura Mir

domingo, 13 de abril de 2014

El arte del café con leche

El arte del café con leche… ¿está en la cafeína o está en la leche? Si eres un crío, mejor mucha leche y poca cafeína, que damos descanso al pecho para que se dedique a otros placeres. Si se trata de la boca que dice este pecho es mío, quizá sea mejor un café de los que despiertan, alerta, lista para atacar a la cotidiana vida.

Puede que sean cafés solitarios o cafés compartidos. Un café solitario nos llevará a acompañarlo de su cigarrillo gallito quizá, mientras damos forma al mapa del día; un café acompañado será sujeto por manos firmes, con trago lento: paladar fino y oído pausado. Si la compañía es buena, le soltaremos un guiño o unas punzaditas provocadoras.

Rematemos la sobremesa: es sábado, la tarde tranquila por delante y su boca lenguaraz no escupe todas las verdades: convirtamos ese cafecito en un buen carajillo. Puede que estos dos cafeteros se nos alegren, se solacen en un paseo tranquilo buscando el equilibrio que ha hecho peligrar un chorrito del licor del ensueño y la verdad sobre la taza. Harán pausas en las que buscarán respiro y la mirada cómplice llena de lágrimas risueñas.

El sereno café mezclado creando elixires de alegría les ha unido en caricias sobre el vello del brazo o el cabello bien cuidado, se miran de un modo que ya descubre la experiencia de quien se ha abierto al otro porque han elegido la guardia baja a la deriva.


No me negaréis que son, en fin, diferentes formas de tomar café.

domingo, 6 de abril de 2014

Tú y yo


Tantos, tantos años creyendo que tenía que llegar a ser alguien en la vida, una persona distinta a lo que soy, quizás difuminada, partida o completa, no sé, pero dentro del marco social establecido. Tantos, tantos años dudando de la identidad, cargando con sufrimientos y desengaños; ensayando el amor de mil maneras, con respuestas de desamor y desaires. Fueron años en los que mantenía presentes las brumas de mi mente, como algo real, para darme cuenta ahora de que estaba equivocado.

Fue un arrebato y un posterior encuentro, las presunciones ya obsoletas… sólo quedé, embelesado, pero aún así cometí un traspié con el bien más preciado, pero fuiste tú quien aportó un nuevo camino de vida, me trasmitiste tu temple, tu firmeza, tus temores sin vergüenzas. Con toda esa picardía de la buena mano femenina, fuiste despojándote lentamente como las capas de una cebolla. Nada de descubrir el pastel a la primera.

Un buen día descubrí que me querías.

Tras nuestro habitual café, descalzos sobre la tierra de Central Park, cayó mi venda ante tu feminidad para ver la real identidad, a la mujer que tocaba la fibra sensible con una pureza que jamás había experimentado. Y recuperé las sensaciones, ya añejas, de juventud escuchando tu vitalidad, ingenio, picardía y brillante luz.

Te lo dije, el amor está en curso y el deseo es presente. Sabiendo como sé ahora y con certeza que el amor me ha tocado.


Miro adelante, al futuro y sé que disfrutaré de tu sonrisa en lugares sencillos. Me rodearás de gentes ansiosas por vivir, artistas y bohemios que resuenan ya en tus aventuras; me acogerán en su pequeño mundo gratuito de cafés, sillas reunidas y genios creativos. Cruzaré la noche con gastos menores, dejando atrás la época en que necesité el oro y el moro para gozar de un... tú eres mi capricho, la palabra que no me pide profesión ni posesión. Eres la carne que quiere gozar mi mirada. Quiero volar hacia ti, que me invitas desde el no te pido nada, tocándome el corazón de felicidad.



jueves, 3 de abril de 2014

Justicia poética

Un adolescente brillante busca el reflejo de su orgullo trabajosamente labrado en los ojos del padre, que tiene la vista llena de amor y sufrimiento por su viva encarnación, que no es el adolescente brillante. Así, el encandilamiento por el uno provoca cierta ingenuidad en la justicia del padre hacia el hijo que no encuentra en su mirada el merecido reflejo de su orgullo. Ello le confunde y proyecta la frustración en el ojito derecho, que por mimado algo de aprovechado tiene. Y, en la fuerza de su orgullo, le hiere en peleas emocionales. Lo cierto es que él, íntimamente convencido de su brillantez, se siente doblemente herido por la falta de correspondencia del padre encandilado y su propia ofuscación vertida hacia el ojito derecho. Unos y otros quedan heridos, y con el tiempo pierden de vista esos ojos que deseaban tanto el mimado como el orgulloso. El mimado queda con una fuerte cojera que surcará años de su vida, y el orgulloso pone tierra de por medio para establecer el mapa de un nuevo territorio. Transcurre parte importante de la vida y el orgulloso ha plasmado en tierra firme y, para él, celeste, su brillantez con la creación de un nuevo reino en el que procurará no perderse por el encandilamiento ante la solicitud de sus ojos, en la búsqueda de dar el cariño como pudo aprehenderlo de aquellos ojos, pero sin olvidar que el más amado también fue hijo del amor encandilado. Ve en lontananza, a través de reflejos indirectos; escucha a través de cariñosas palabras mensajeras, sobre la cojera del ojito derecho. Los años han hecho de él un hombre que ha dejado atrás con dolor, reflexión y sacrificio su ofuscamiento y, por fin, puede y quiere ejercer de hermano. Lo hará con visión, aquellos ojos que no vieron de su padre pero en los que él sí vio lo que su padre no creía ver. Porque quererlos, los quiso a todos, como ahora los quiere él al hacer justicia poética poniendo, cariñoso y cobijante, un vendaje al ojito derecho que ya empieza a salir, también, de su propia ofuscación. 

jueves, 27 de marzo de 2014

Ese reducto

El zulo. Habitaciones compartidas, el pequeño mundo del adolescente, la vivienda mínima de un adulto. En ese reducto, la mente gira y gira, como le giraba al célebre protagonista de Crimen y Castigo, la universal novela de Fiodor Dostoievski. Aquel personaje, en su miseria, se vio abocado al crimen, y en su pequeño reducto doméstico hizo que el hilo de la noria girara y girara en su mente hasta el desenlace final. Lo cierto es que, bien pensado, aquel personaje ansió lo que por sus medios no podía alcanzar. Le pudo la debilidad ante la avaricia. Y sin embargo, sorprende ver a personas con escasos recursos que hacen de su vida virtud. Quizá pinten en una habitación de un piso compartido, o lean libros de la biblioteca junto a la ventana de la pequeña cocina acompañadas de un café con toda su cafeína. Se darán duchas rápidas o tendrán un abono para la piscina. Quizá se acerquen el fin de semana a primera hora a la cala para disfrutar de la pleamar en soledad y ver el amanecer; quizá lo hagan ya de noche. Vivirán, y al final nadie les podrá decir que han recorrido el camino del fracaso, las ilusiones frustradas o la infelicidad. Porque han hecho de la inteligencia virtud logrando que el sueño se palpite en el terreno del día y en el aura de la noche.

jueves, 20 de marzo de 2014

Los adalides de las emociones

La gestión de las emociones es un arte que puede repercutir en la vida diaria, común, de cada cual. Si nos tiramos los trastos a la cabeza, mala cosa. En cambio, ese esforzarse por conocer al otro, leer sus emociones hasta ir conociendo más y más profundamente su personalidad, no hacen que nos deslumbremos ante un gran descubrimiento, pero sí que ahondemos en la serenidad del sentido de la vida.
La moderación, sin embargo, no siempre es suficiente. Sería utópico pensar que la gran felicidad llega siempre, o que esta lo hace siempre al lado de un remanso. La moderación, esa tendencia a la comprensión, debe saber decir no, y la felicidad llega también con el frenesí o la aventura.

La calma es bastante asimilable a la paz. Al menos, sin paz no hay calma. La moderación, por tanto, es más propia de los países dotados de un equilibrio político en una sociedad desarrollada. Sin embargo, uno cae en la duda de quién provoca realmente la gangrenación de la incertidumbre, la ira y la violencia: pueden nacer en una mente autócrata asentada en pistas de pádel en el desierto, pero son mantenidas con el asentimiento de los adalides de la moderación y la serenidad que, desde su más aventajada posición, lo que están haciendo es gestionar las emociones del débil para que, en su temblor o temor, permita la calma y el disfrute de la vida en el fuerte. 

jueves, 13 de marzo de 2014

Viaje

Motocicletas de gran cilindrada, ambulancias, coches de policía. En el exterior, más allá de las paredes que forman su vida doméstica. Y, sin embargo, ¿qué es esta? Disputas, heridas emocionales que amenazan con llegar al desafío físico ¿Y qué genera? Intranquilidad, desasosiego. La incapacidad para caminar por la calle con paso firme, incertidumbre sobre sus propios proyectos ¿los hay? ¿no se han resquebrajado ya?

Sin horizonte, el caminante camina conducido por una inercia que lo va liberando de lastres: suelta el petate, sus suelas se desgastan, los pantalones van quedando raídos, con algún agujero. Hace alguna chapuza aquí y allá para poder comer, beberse una cerveza fresca y no dormir al raso. Y, a medida que se aleja, va descubriendo que no hay trasiego apenas: atravesando el bosque, olvida las motocicletas, ambulancias y coches de policía. Se sienta junto a un remanso de agua, saca su bocadillo y llena la cantimplora de agua fresca que bebe con gusto. Tras la comida, se apoya sobre un tronco acolchado por su abrigo, tranquilo, sosegado. Duerme profundamente y nadie le despierta de la paz de sus sueños, que es tan bella como la sencillez que encuentra al despertar.

jueves, 6 de marzo de 2014

Ingenio

               
  Existen en nuestro tiempo historias que nos templan la percepción cruda, directa y salvaje de la realidad en las películas que vemos en el cine o la televisión, de mayor o menor calidad, dándonos, con ello, una mayor o menor distorsión en nuestra percepción de la realidad de la que a veces huimos con ellas y, a veces, tratamos de comprender. Entre las historias que desde tiempos remotos cumplen esta función en las sociedades, imperaron primero las narraciones orales, las pinturas rupestres…

Sin embargo, si bien es cierto que la comodidad del sofá, una buena butaca en el cine o qué sé yo qué facilidades más dan la posibilidad de dar un par de vueltas al mundo y, dentro de la fábula en que estamos inmersos viendo quizá un simple telefilme, como receptores que somos, quizá fabular también a su vez organizando el mundo de esta o aquella manera… si bien todo ello es cierto existe la realidad de que cuando tenemos que recurrir al ingenio, este obra milagros. De tal modo, no sé bien si el natural estado cultural en que vive extendidamente nuestra sociedad es de por sí suficiente, o si realmente, la propia vida y por ende la propia cultura son más propicios a encontrarse con el, peligroso, estado natural de las cosas, hacer de la lucha ingenio, y de ahí, habiendo aprendido los sonidos antes que el abecedario, remontarse ya a los elevados estratos de la cultura. En caso contrario, temo que el espectador o el lector incurran en una irrealidad excesiva, y el artista o el intelectual en una pura abstracción, un excesivo análisis o, simplemente, en pura pedantería.   

jueves, 27 de febrero de 2014

La levedad de su luz

En una tarde soleada de primavera, ante un Martini Rosso, bien cómoda sobre el cojín que me protege del hierro duro de la silla en la terraza del barrio gótico, miro a mi abuela mientras ella va consumiendo, poco a poco y con esmero, su cañita. Que edad tiene para disfrutar de pequeños placeres. Deja la mirada fija en la paloma que va dando saltitos picando restos de patatas fritas y migas de pan. Comenta mi abuela con una repentina sonrisa:
-¡Qué banquete se está dando la paloma!

Queda ella un momento en silencio y se esfuma la sonrisa de su rostro: vuelven los pensamientos temerosos ante un futuro incierto de achaques y centelleante brevedad. La miro sabiendo que se trata de un tesoro que en otra época floreció y, en su edad marchita, merece el cuidado y la atención. Gozando de cada minuto ante alguien que me ha dado una fuerte luz antaño, percibo la que ahora me ofrece con levedad.

Las dos sentadas, ante el silencio: algún comentario provoca una réplica, y surge de nuevo una breve conversación. Le siguen momentos de reflexión, un suspiro y el final desahogo. Desde el trayecto recorrido, aquella que ya conoce el camino me indica mira esto, atención a aquello. Se cambia las gafas para que su castigada vista mire la foto del nieto que muestra mi teléfono móvil. Sí, ella es antigua pero moderna. Sonríe con ligera felicidad. Y así, mientras otros ancianos caen en el olvido y muchos jóvenes se pierden, dos generaciones lejanas se encuentran a sí mismas a través del lazo sentimental.

jueves, 20 de febrero de 2014

La luna con la Tierra

Una persona camina pausada en la cocina de su casa, de un lado a otro con respirar tranquilo. Reflexiona, y piensa en los momentos perdidos en la lentitud de sus ritmos vitales. Ha conquistado su mundo, no tiene duda, pero se está perdiendo el resto de los mundos.

Otra persona entra en la cocina, camina presurosa de un lado a otro mientras consume un café solo bien cargado. Le habla y le habla mientras el otro permanece atento pero silencioso. Ella se aventura a conquistar tierras remotas de las que ha oído leyendas de modernidad. Sin embargo, en la rápida navegación de aquí para allá, conquistando ahora esta experiencia ahora esta visión, siente que no tiene espacio para su propia reflexión. Para el mundo de sí misma. Así, tenemos frente a frente a la vasta Tierra, a la que le falta su pequeño satélite interior, y a la pequeña luna, que ve el planeta desde la oscura lejanía.


La luna le entrega su luz blanca en la oscuridad de la noche a la persona inquieta entre oleaje nocturno. La Tierra entrega toda su paleta de colores a su pequeño satélite. Y, la una con la otra, encuentran sentido. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Nómada

La vida del nómada tiene sus inconvenientes. Va de un lado para otro como eterno descubridor, y a la vez como un elemento exótico que siempre será nuevo para aquellos que, sí, tienen sus raíces en el lugar. Conocerá costumbres, modos de vida, climatologías y estilos de arte diversos. Conocerá lenguas y diferentes gastronomías. Este nómada se encontrará de vez en cuando con alguien con quien trabará estrecha confianza, ya sea a través del amor o de la amistad. Pero siempre estará condenado a irse, a vagar, porque ese es el camino que ha elegido. Como contrapartida a la oportunidad de tener siempre los ojos abiertos a nuevos descubrimientos, no conocerá realmente hogar alguno, mas que semillas sueltas a lo largo del camino y recuerdos dejados en aquellos que se le cruzaron con inquietud. Quizá, sí, cuando las energías ya empiecen a fallarle y la nostalgia sea mayor que el ansia de aventura, se decida a echar raíces, y entonces descubrirá lo que es tener un vecino con el que cruzarse todos los días, un amigo con quien compartir las comidas que su extraño camino le ha llevado a descubrir y un amor con quien compartir las historias de todos los días y las historias pasadas, pero compartirlas hasta el final de sus días con la misma vista a través de la ventana cuando se levanten cada mañana.

jueves, 6 de febrero de 2014

Esas cosas de todos los días

Hoy ha amanecido, un día más, mi cuerpo entre sudores de catarro. Más leves ya. Me pregunto si, en la presunta riqueza que mi estima pretende dar a las reflexiones que os envío cada semana, no hay un exceso de ego. Cierto es que no hay mayor intención que la de expresarme y crear cierta complicidad con vosotros y vosotras. Pero, llegado un punto, uno se da cuenta de que su vida no es tan maravillosamente interesante como su héroe interior imaginaba. Creer en aquel héroe le hacía a uno vagar por la vida con una imagen propia que le ocultara otros pesares y le presumiera en los altares de la creatividad, el genio y, por qué no, la sensibilidad. Sin embargo, llegado un punto, la cabeza da un giro y se da cuenta de que aquello que era más de perogrullo, aquello más mundano y más natural, sin más alharacas que las de ofrecer cierta aventura cotidiana y dosis de normal felicidad, es lo que acaba llenando las vidas. Por ello, creo yo, siempre he valorado la vida del ama de casa, que no ejerce el misterio de la gran profesión, sino la vocación o dedicación a la vida de los suyos, desarrollando sus inquietudes más a ras de tierra, al menos en lo que yo he apreciado, que también hay historias no muy dignas de aprecio. Sin embargo el ejemplo vale para decir que ellas, como aquel que, tarde o temprano, descubre que la vida está en estas cosas tan de todos los días, tan lógicas y tan naturales como querer cierto entretenimiento para nuestra vida, cierta compañía, cariño, amor y felicidad, sin gran aparato, tienen esa particular sensibilidad que descoloca a muchos, y que es simplemente la de haber logrado finalmente un cierto sentido común para su vida, un cierto significado, una voluntad para el horizonte que hay delante dotada ya de un abecedario contra las quimeras. Quimeras de las que tantos son presa. 

jueves, 30 de enero de 2014

Ella

Hay veces que uno no sabe qué decir, ni con qué palabras y ni siquiera si es el momento para decirlo. Son tantas las veces en las que he hablado del sentimiento filial, que puede resultar repetitivo. Pero ahí la tenemos, reavivándose cada cierto tiempo, como una flor en primavera, para decir que sí, que esa persona que te ha llevado en su seno y te ha hecho crecer con grandes dosis de cariño, entre algún que otro grito, es alguien a quien ya reconoces en sus mínimos detalles, matices en definitiva de uno mismo. En sus venas corre el optimismo a la misma velocidad que sus eternas manías, el amor a la de los insomnios... Y cuando le da  por cambiar los muebles de sitio o por ponerse a la familia por montera... Porque ella, sí, ella, ha sabido desde muy temprano que el principal reto, aquello por lo que había que luchar y que había que disfrutar, era la vida. La propia y la de los suyos. Ella ha estado en la vida con sus altibajos, sus amigos y sus enemigos. Y sobre todo, con el paso de los años más que nunca, con los suyos. Petonet.

jueves, 23 de enero de 2014

Un ciclo en la vida

Siempre me ha gustado Beethoven. Es un hombre que se atreve a mover la pasión entrando en un difícil camino del que luego encuentra una esplendorosa salida. Así lo veo yo. Al trastocar la conciencia normal de las cosas en su música, nos entrega momentos de turbulenta enajenación y otros de éxtasis vital. Hace poco estrenaron una película sobre la escultora Camille Claudel que hablaba de su internamiento en un sanatorio durante largos años. La actriz, en un esfuerzo interpretativo solo al alcance de grandes como Juliette Binoche, nos muestra a una mujer que posee en el fondo una gran lucidez, y que ha sido desplazada de la realidad por los celos de un amante envidioso de su talento. Digo esto porque creo que atreverse a vivir, a ser uno y genuino, no es moco de pavo, y lanzarse a ello implica arriesgarse a penetrar en el mundo de la locura. Cuando sales de él, como Dante que supo hablar del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en su mundo cristiano, adquieres una visión plena, redonda de la vida, donde todas las piezas que han sido disgregadas o negadas por el otro y tú has sostenido firmemente a pesar de temblores, se revelan en toda la certeza que tuvieron siempre, y revives de la misma manera que aflora la vida tras la tormenta en una sinfonía de Beethoven. Ya no hay medias tintas: lo que te prometiste de pequeño era cierto, eres quien creíste ser y no otro, el que te traicionó lo hizo de verdad, quien fue tu amigo, aunque te costara entenderlo, se te revela como tal y quizá te brote alguna lágrima o se te erice el pelo al descubrirlo de nuevo. Y al encontrar el sentimiento femenino, recuerdas que tu madre es la misma que amó a tu padre, que naciste a semejanza de él y que, por fin ha llegado tu hora, una mujer te ha embrujado para encontrar la lucidez y volver a la realidad de lo que un día fuiste. Como fue Camille Claudel, algún atardecer disfrutó a la luz del patio de aquel sanatorio, me ilusiono en pensar.

miércoles, 22 de enero de 2014

Pétreos flamencos

Buenos días a todos. Hoy quiero invitaros a descubrir una prosa femenina, no en vano las letras son mi vocación. A mí me encanta y quiero compartirlo con vosotros. Espero que no sea la única vez. Este breve relato se titula PÉTREOS FLAMENCOS:




En uno de esos momentos de abstracción en los que no piensas en nada concreto por desvarío, pero te recorre un torbellino descontrolado de ideas por la cabeza, nada concreto, bastante inconexo, pero está ahí, zumbando fuerte. Me he dado cuenta del alicatado de mi baño, baldosas rectangulares de color malva, muy femeninas y en disposición trece por trece,  colocadas irregularmente, por pocos milímetros pero los suficientes como para notarlo. El paleta debió colocarlas por la tarde, después de unas cervezas, el carajillo y la copa de coñac, decorada toda esa tasa alcohólica con palabras soeces, como si lo viera, imposible colocarlas rectas.


Horizontal, vertical, la pared de enfrente, en total ciento sesenta y nueve; y en el centro una pareja de flamencos, rosas pero sin faralaes; delgados, gráciles y esbeltos, me miran de lado, estoy en el centro de su ángulo critico de visión y ellos, descarados y aburridos, en mi punto álgido de reflexión.


Se sostienen sobre una pata para regular su temperatura corporal, me doy cuenta de que siento frío, estoy mojada, esta toalla de rizo americano no seca, y tirito sentada sobre la tapa del inodoro, me castañean los dientes, mientras  con ironía pienso, con este hielo interno cómo es posible que puedan derretirse los cascos polares. Positivo, negativo y la incomprensión de los opuestos, si pudiera extenderlo.


En un instante vuelvo a la guerra fría que sostenemos, a la insolente observación entre los flamencos machos, su chulería y yo.


Burlonamente la palabra flamenco viene de la expresión gitana “campesino errante”… levanto junto con la ceja la comisura  derecha del labio a modo de interrogación o perplejidad, no lo sé porque no me veo, increíble el sentido del humor de la antigua propietaria, o es una víctima nativa de la tribu del Sufrimiento Perpetuo, o vaticina muy fino.


Suena el teléfono, es Miriam de Gerona, quiere saber cómo estoy y en que laguna oscura me encuentro.


-  Delante de la dieciocho, con un lobo de fauces terribles, un perro  rabioso a punto de devorarse y un cangrejo siniestro medio sumergido, pero dispuesto a atacar en cualquier momento, observándolo todo.


- No es ninguna novedad. – Me dice mientras me voy vistiendo.


- No, claro que no. Lo nuevo reside en que ya no soy la misma de antes, he perdido la fe en el género humano y una porción importante de inocencia. Sin espejismos, sin lucidez, sin esperanzas… ver la verdad sin disfraces que la camuflen, duele. Lo acepto porque no tengo más remedio, pero me siento mal, y maldigo desde lo más profundo de mí ser al malvado que hace daño a conciencia.


- Para, para, para… ¿Tan segura estás que es consciente de lo que te ha hecho? ¿Cuál es su proceso? ¿En qué punto está?.


Como no lo estoy en absoluto, noto que me ahogo y tampoco quiero responder, cambio de tema, táctica que a veces sale bien.


 


- Los flamencos para intimar alisan sus plumas y extienden las alas, son bruscos en el arte del cortejo y forman con su plumaje un efecto flash en negro… -  (Como el que acabo de hacerle a la pobre Miriam).


Segundos de silencio, lo ha notado, me conoce bien; y dice:


- Te recojo el viernes después de comer, nos dará tiempo de tomar un café antes de entrar. Lourdes  no viene con nosotras, llegará más tarde.


- De acuerdo, te espero en los aparcamientos del Flamingo, como siempre.- Me doy cuenta de la sincronía.


Mientras cuelgo el auricular, me observo en el espejo de cuerpo entero del baño, me estoy sosteniendo sobre la pierna izquierda, a igual que los flamencos, para regular mi temperatura, este frío que siento es producto de un siglo de búsqueda,  de ignorancia y de soledad.


Me acerco a las ciento sesenta y nueve baldosas malva, a los flamencos y a sus extraños picos, los observo por unos instantes, si pudiera migrar como vosotros, si pudiera volver con la estación cálida… parece que me guiñan el único ojo visible con pavoneo, porque saben que la estación cálida a la que me refiero no llegará hasta dentro de milenios, cuando estén todos muertos y con ellos todos sus secretos.


Bajo el único escalón, apago la luz, cierro la puerta y las sátiras bisagras oxidadas, como las de las grandes y abolengas criptas, para no ser menos, chirrían con estruendo…  una vez más.

jueves, 16 de enero de 2014

Sueños

Los sueños, sueños son. O eso decía Calderón de la Barca. Sin embargo, en nuestro contemporáneo mundo, ¿quién no tiene sueños recurrentes que se reproducen en sus pensamientos diurnos, como si fueran dando una señal, una guía, recuerdo y significado al camino de nuestra vida? Aquel que enlaza, nuestro pasado, aquello que somos ahora y lo que llegaremos a ser.
En buena medida, esa llama despierta en la noche de nuestros sueños, nos permite seguir al acecho de nuestras esperanzas, cuando el vago día distrae nuestra atención, procura desviar nuestra brújula y nosotros nadamos contra viento y marea, quizá con algún codazo, hacia aquello que, no sabemos bien qué ni cómo, vivimos en nuestra energía primaria, sin apenas pasar por el filtro del pensamiento salvo por matices de alguna reflexión o el clavo en el suelo -por fin clavamos la bandera- de alguna idea clara y translúcida. Y mientras vamos viviendo, seguimos soñando, y tenemos, a veces la vaga, a veces la cercana esperanza de que eso puede llegar a hacerse realidad. Porque quizá, un buen día nos lo olemos ya cerca, y otro, sucede.

jueves, 9 de enero de 2014

El uno y el otro

La dispersión genera descubrimientos inesperados. Por eso, quizá, la figura del artista despistado. Aquel que cree en la espontaneidad de su arte, en su pureza y en la magia de la vida como inspiración de éste. Quizá también cierto halo divino, más que quizá. Y este artista es aquel que no se deja vender, que a cualquier precio seguirá el camino propio.
Luego tenemos a la persona ordenada, metódica, de horizontes fijos, quizá cierta ambición. En ella la nebulosa desaparece y la brújula está bien dirigida desde el principio. Sabe de dónde parte y hacia dónde va. Quizá no busque un arte tan elevado, ni tenga conocimientos tan profundos, pero es más práctica y sabe navegar en el mundo que le ha tocado vivir.
La pausa frente a la acción, la cavilación frente a la decisión, la filosofía frente a la ciencia, la bohemia frente a al capitalismo. Y sin embargo, ambos se necesitan. No son agua y aceite, y de ahí que de el uno genere al otro o que, de su combinación, surja algo que evite lo oscuro o lo superfluo. Algo, quizá, hermoso, sugestivo, que sepa aportar una amplia luz sin perder la genuinidad.

jueves, 2 de enero de 2014

Año nuevo

Las celebraciones por la entrada en un nuevo año se extienden a lo largo y ancho del planeta. Muchos hacen alarde de pirotecnia, el cava fluye por las gargantas después de haber consumido una cena suculenta y uvas precipitadas. Después, el más joven cae en el desparrame y se va de fiesta hasta que, una mujer que ha pasado la noche más tranquila, recibe su voz desde la calle a través de la ventana emitiendo sus últimos estertores festivos ya recuperándose del viaje alcohólico. La gente busca asegurarse una forma especial de celebración para tan señalada fecha. Aunque lo cierto es que, visto fríamente, se trata de un simple cambio de cifra, un cambio de fecha. Y hemos entrado en el 2014, nos acercamos al ecuador de la década y hacemos balance de lo que ha pasado a través de nosotros en estos años, y entra un poco de vértigo: el tiempo vuela. Pero esbozamos una sonrisa. ´Con el paso de año también atravesamos algo más que el ecuador de estas fiestas navideñas, que entre comida y comida, encuentro y encuentro, se va haciendo algo pesada y uno, cansado ya de oír el trenecito navideño dando vueltas por la calle, espera que todo vaya volviendo a la normalidad.