domingo, 10 de febrero de 2019

Una figura pública



El público expectante ve la tribuna, desde donde la esperada celebridad pronunciará sus palabras, todavía vacía. La espera se hace larga, la gente rumorea. Ajustándose la pajarita, el afamado orador saldrá a pronunciar su discurso. Al verle aparecer, el público aplaude atronadoramente. Mientras, él camina con paso firme hacia la tribuna. Lanza acusaciones al fantasma de la represión, odas al arte y elogios a la ciudad que, con motivo del acto en curso, le acoge. Haciendo gala de su renombre, lleva su discurso desde la superficie de la ligereza cotidiana hasta la profundidad de las almas más pantanosas. La gente está en un silencio casi religioso, conmovida por el fluir de sus palabras. El foco, sin duda, en la agenda del día en la histórica ciudad es él. Consciente de la importancia de sus palabras, responsable de su carácter de personaje público, se emplea a fondo en el último tramo de su discurso. No le queda mucho tiempo para dejar huella en las almas de su época y tiempos venideros, acechado por la enfermedad. Finalmente, concluye su discurso y se limpia la frente sudorosa. El público en pie, él observándolos con mirada nítida mientras agradece el reconocimiento. Los asistentes se van calmando y él se retira de la escena, dejando la huella de su visionaria sabiduría en las almas de esas gentes, que se esparcen cavilantes.