sábado, 27 de octubre de 2018

Ritmos de tango



Tras una semana de trabajo gris, Adriana despertó al sábado descansada, con el estímulo propio de quien es consciente de que el tiempo corresponde al propio ocio y deleite. Lo cierto es que se había despertado tarde, remolona. Había dado la bienvenida al día con una buena tostada de confitura de higos acompañada de su cafecito, bien calentito. Si por la mañana sentía que tenía un mundo por delante para sí, como quien observa el vasto mar con hipnótica calma, a medida que fue llegando la tarde se apoderó de ella la excitación. Había elegido vivir a su aire, sin grandes ataduras. Lanzada a la aventura. Y el momento del vestido, el tacón y el baile se acercaba, cada vez más. Maquillada, peinada, engalanada, lucía su figura muy consciente de que su cuerpo le daba autoridad para ello. Lo hacía de camino a la discoteca, donde sonaron ritmos de tango. Buenos Aires, tierra de sus ancestros que evocaba mientras hacía giros de sensual dificultad con una ocasional pareja. Se olvidó de que el domingo por la mañana empezaría a pesarle la cercanía del lunes laboral y rutinario, inmersa en sí misma, en las caricias de su compañero de baile, en el estilo de vida que había elegido para sentirse, una vez por semana, feliz.



sábado, 6 de octubre de 2018

Vida y nada



Llegada una edad temprana, las turbulencias hacen mella en el desarrollo de una persona de hermoso interior. Dudas y tormentos. Su entorno se pregunta cuándo se encontrará a sí misma, cuándo se manifestara, de nuevo, ese hermoso carácter al exterior que la aprecia. Y es, se dice, el peaje. Hay que atravesar un puente hasta alcanzar el otro lado del río, aquel en que se ha conquistado la primera madurez. Y es entonces cuando, súbitamente, descubre ese bello carácter que sus padres ya peinan muchas canas, que él mismo debe asumir retos nuevos derivados de una nueva condición, sin otro objetivo que proseguir su camino en el recorrido de la vida, de maduración continua. Disfrutando de cada suspiro y preparando el camino a los que le sucederán. Hacia el final, sólo quedará su huella en el recuerdo de un puñado de seres y, quizá en papeles y fotografías dispersos. Por último, desaparecerá cualquier vestigio de sus tormentos, amores, amistades, bailes y desesperaciones, en el ciclo de la vida para la que fuiste esplendor y eres nada.