Desde un espacio tristón, cuatro almas respiran ateridas. La
una se refugia en su mundo interior, de laberintos utópicos e ideas brillantes;
otro, calla, observa y saca sus propias conclusiones con la calma como virtud;
una tercera, se toma el frío, la falta de luz y el ligero esperpento con
alegría; por último, él procura mostrarse social, sensible y a la vez con ideas
muy propias. Terminado el cónclave, hay fumata blanca: habemus papam. Así que,
la virtud del silencio ha sido recompensada con la observación ajena y, quien
parecía un corderito, ha sido elegido guía por el resto de la manada. Sonrojado,
empieza a hablar, hace preguntas en lugar de sacar conclusiones y dinamiza un
poco su natural quietud, comenzando a transformar la calma en actividad como
rasgo definitorio. Él, quien fuera objeto de todas las apuestas, se alegra de
haber tenido ojo, valor y humildad para delegar; la una empieza a ver ideas
brillantes en su alrededor que la saquen de sus paraísos utópicos y, la última,
se serena al ver que empieza a llegar una ráfaga cálida y se ha hecho la luz.
Un lugar donde expresar libremente las reflexiones más variopintas, desde la plácida mañana a una dosis de buena literatura.
viernes, 20 de mayo de 2016
sábado, 7 de mayo de 2016
Celebrado cincuentón
Un cincuentón con gafas a la moda de sus tiempos juveniles,
se desplaza dando largas zancadas y alguna carrerita para hacer un recado… hombre de
encargos, hombre de encargos es nuestro, no tan chico, de los recados. Silba
con fuerza, y lo hace emitiendo una clara melodía. De vez en cuando, da incluso
algún salto y, al caer nuevamente en tierra firme, alza la mirada al cielo como
queriendo alcanzarlo.
De un lugar va a otro, a medida que avanza el día algo más
cansado. Ventura que, entre recado y recado, le dan un buen refresco o incluso,
la veterana de la charcutería, un agradecido bocadillo. A media tarde, tras
hacerle cumplir con su última zancada, le da el jefe una buena palmada en la
espalda, emplazándolo para el día siguiente.
Caballero cincuentón, recobra el silbido más preclaro.
Disfruta del atardecer a paso lento, mientras detiene su mirada en patios
interiores del bonito barrio que nunca podrá habitar. El aire entra fresco en
los pulmones y, cuando llega a casa, el perro se apercibe de su celebrado estado
de ánimo. Coge este veterano la correa y se lleva al can por el parque cercano.
Mientras ve a su querido animal correr arriba y abajo, lamerle y juguetear con
él, entra en un estado de calma que le permite empezar a realizarse: por fin,
tras un largo periplo, ha logrado un empleo.
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