Quisiera ser capaz de ver en unos ojos transparentes a mi
mirada. Darles lo que no encontré, buscar en ellos lo que no tuve. Quisiera
poder vivir. En estado compartido, confluir con su mano deslizando un dedo
sobre una fotografía en la estantería. Formar un hogar, en el que poder tomar
el sol durante los veranos a ras de hierba en el jardín, observando un ciruelo
crecido. Mirar durante espacios sin tiempo a través de la ventana en espera de
su llegada. Yo quisiera. Realizar los sueños del espíritu más abstracto, alzar
mi pensamiento sobre los sentidos, volar a otros territorios con el tiempo de
un ocio que gasta más imaginación que dinero. Alzo la mirada, hacia un cielo
claro, y me digo: ansiedad por lo no alcanzado, confusión y ligera
desesperación. Y, sin embargo, certeza de que ese momento llegará.
Un lugar donde expresar libremente las reflexiones más variopintas, desde la plácida mañana a una dosis de buena literatura.
domingo, 23 de octubre de 2016
sábado, 8 de octubre de 2016
El dibujo de una vida
Permanezco tumbado en la acera húmeda de la principal avenida
de esta ciudad, cansado. De hecho, empiezo a sentirme exhausto: días de no
parar que suponen el colofón a una vida que ha ido desdibujando su sentido.
Tomo conciencia de que, los últimos años, han sido un trayecto de paulatino
alejamiento de mis estímulos vitales, de aquello que en un tiempo fui cociendo
en mi interior, un día se manifestó como el particular modo de vida que deseaba
para mí y, otro día muy concreto en mi recuerdo, supuso el pistoletazo de
salida en busca de su consecución. Pasado el tiempo, llegué a sentirme henchido
de felicidad, satisfecho de mis logros materiales, afectivos y espirituales.
Sin embargo, un día la persecución de aquellos sueños que se
iban convirtiendo en obras de mi vida se topó con el cansino realismo. Fue,
quizá, un momento de debilidad. Me cogió en una época floja. Desde entonces,
asumí mi vida con una noción más apaciguada de responsabilidad. La asfixia
continua y progresiva del día a día rutinario en atención al objetivo de un
salario estable, una mujer dócil amante del hogar y un seguro de vida.
¡Patrañas! –pensaba mientras yacía sobre los adoquines de la
acera, empapado el cuerpo ya entero: la espalda por el suelo húmedo, la frente
por la lluvia que seguía cayendo.
Eché un vistazo: el paraguas, ya roto, a unos metros que
parecían eternos, me llevó a sumergirme en la sinfonía del recuerdo: amores en
fuga, piano inspirado, buen vino español… y, con una leve sonrisa, caí exangüe,
exponiendo ante un público inconsciente, que, al fin y al cabo, había tenido
más peso la vitalidad del sueño que el cansino realismo.
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