domingo, 18 de noviembre de 2018

Jerez



El anciano apuraba sus últimos días en una serena agonía. Paseaba con lentitud, siempre acompañado de su nieto, a quien confesaba íntimos secretos que no se quería llevar a la tumba, e invitaba a gozar de la vida.

Un día, hablando al chico de sus sinsabores durante la posguerra, recordó con súbito arraigo su tierra natal, Jerez. Le comunicó su necesidad de tomar asiento y descansar, y el joven le llevó al coqueto bar cercano. Allí, iba a retomar el hilo de sus andanzas cuando le entró la profunda necesidad de saborear un brandy de Jerez. El joven hizo que se lo sirvieran, sabedor de que el anciano deseaba vivir cada instante de su vida con plenitud. Retrotrayéndose a su juventud, aquel hombre bebió el espiritoso con lentitud y deleite. Luego, cerró los ojos y entró en un plácido trance del que ya no saldría.