lunes, 17 de abril de 2017

Virtud y juventud


La mañana tranquila, de calles vacías y tiendas cerradas, invita al paseante a navegar sin rumbo por las calles de la ciudad. Embutido en unas zapatillas deportivas y con los auriculares dejando sonar genuino rock español, camina con ritmo y alegría mientras analiza minucioso los detalles de su interior estado. Feliz y afortunado, es consciente sin arrepentimientos de que vida solo hay una.

Callejea, entra en una gran avenida y ya está en el centro. Por allí, hay quien empieza a salir a la calle y alguna cafetería abierta. Entra en uno de estos locales, coge el periódico de encima de la máquina de tabaco y se pide un refresco con un buen bocadillo matutino. Lo come con gusto, y el refresco de devuelve a la vida. En la mesa de al lado, ve a una mujer mayor leer un tomo de filosofía. Se dice que debe ser una mujer sabia. Él la observa un rato más. Ella, discreta, observa que la observa. Finalmente, la virtud decide entablar conversación con la juventud, quizá porque en ambas vidas hay, aún, curiosidad. Poco a poco va descubriendo las inquietudes que anidan en el interior del reciente paseante, y él va descubriendo, asombrado, que a sus reflexiones se les puede poner palabras. En su conciencia hay un halo de asombro, y la anciana le mira con la serenidad de la sabiduría asentada. Le ha invitado a que acuda a sus clases un día como oyente, y él ha aceptado ilusionado.

Con la sensación de la misión cumplida, la anciana se disculpa arguyendo que debe irse. “Hasta otra ocasión, pues”, le dice. Y él, vuelve a sumergirse en sus pensamientos por un momento, queriendo asimilar la verdad que ha asomado a su conciencia esa mañana aparentemente tranquila. “Tienes suerte: hay camino en ti”, le había dicho ella. Y el paseante se levanta y recupera la senda.

martes, 4 de abril de 2017

Ensoñación


David se mira al espejo. Al espejo se mira, se mira al espejo. Le gustan sus patillas y la larga melena que luce, y siente que la soledad no es lugar para tan bello efebo. De modo y manera que coge la chupa, el paquete de tabaco y las llaves de casa. Duda entre subirse al bus o bajarse al metro: no, no es una noche de viernes; es un miércoles por la tarde bien soleado. Finalmente, se sube al bus que lo llevará directo desde su humilde barrio a una zona céntrica y acomodada. Durante el trayecto, alguna mujer de las que a él se le antojan maduras le echa una mirada que otra. Tan bello efebo: inocencia y juventud prestas a ser iniciadas, pensará ella. A él le recorre el calor por el cuerpo, pero permanece con cara de póker: hay que aguantar el tipo para fundirse con sus ensoñaciones. Llega a la zona céntrica, y pasea. Pasea mirando aquí y allí nuestro adolescente. Se mesa el cabello, observa femeninas esencias de juvenil virtud. Tres melenas: una rubia, otra morena y, la última, pelirroja; sentadas en una terraza. Empieza a soñar, se le sube la libido y se planta como un clavo. Sentado en una mesa cercana, se enciende un cigarrillo y pide un café. Ellas ríen, él las mira de refilón. Sonrisa pícara ante mujercitas que no han roto un plato. Las siente suyas pasados unos minutos de acercamiento. Ya ha cruzado unas palabras y se atreve a abordarlas. Suelta su labia de imaginativo rebelde, las envuelve. Entonces, empieza a deshojar la margarita. Cuál de las tres gracias se llevará para sí. La pelirroja está ruborizada, descontrolada ante la atracción. Mía, se dice él…

…el cigarrillo ya está casi en la colilla y le quema la mano. Despierta de golpe de su ensoñación. Duda si seguir allí de pie como un clavo o empezar a moverse. Está aturdido. Poco a poco, va volviendo en sí, y las femeninas esencias de juvenil virtud ya no se atisban allá en la terraza. Piensa él que con glamour han pagado una costosa merienda y se han recogido en sus lujosas casas. Y emprende el camino de vuelta, con aroma a barrio caro y mujer perfumada.