viernes, 7 de junio de 2019

Esfumarte



Los ojos inmersos en tu ferviente presencia, admiro tus gestos, me embeleso con las sugerencias de ese cuerpo vestido. Sí, observándote, te deseo, pero tú me ofreces un striptease invertido: desde el timbre de tu voz susurrante, que me invita a acercarme un poco más, quizá provocándome a olisquear las esencias con que has perfumado tu cuello, hasta esos ojos de un azul que refleja el frío clima que envolvió tu entrada a la vida en la lejana Patagonia chilena: ojos y voz, voz y ojos que me lanzan el mensaje de un cercano gesto. El gesto de cubrir ese jersey verde oliva que esconde una blusa blanca estampada... el cuello de la prenda cincelado bajo tu confiada cara… con el abrigo y desfigurar ya tu silueta a mi percepción para esfumarte con un silbido que provoca, mujer insolente, una cicatriz en las esencias incorpóreas de mi sentimiento.

sábado, 25 de mayo de 2019

Campesina reincidente



Discreto, sentado en una esquina del bar en el pueblo que viera nacer su imaginación durante la infancia a través de las maravillosas historias que le contaba su abuelo, estaba Pedro leyendo el periódico. Aparentemente concentrado, distraía su atención de vez en cuando el despertar del oído a una voz de enérgico comentario jocoso, reiterativa, picarona, reincidente, delincuente. Una voz de campo, silvestre, ruda pero de natural inteligencia. Sus bromas, directas, provocaban el sonrojo de quien se escondía tras el periódico. Alzaba el acicalado caballero la mirada, un poco, lo justo para ver en el aire su mano alzada con el cigarrillo cazado por la intuición ciega de la distancia del cenicero. Daba una calada, exhalaba aros de humo y soñaba con usurpar la identidad de su fallecido abuelo para seducir, como otrora hiciera aquél, jóvenes campesinas de pechos exuberantes y traseros desconsoladamente formados. Suspiros de desamor convertían en dulzura la sequedad de aquella campesina a cuya observación se sentía insumiso el maduro hombre metropolitano. Acostumbrado a los violines en la voz de sirenas más civilizadas, apuró el cigarrillo, dobló el periódico y se dirigió a la barra, donde estaba ella bebiendo un orujito con gusto.

La percibió algo más remansada que en la distancia, quizá porque el recuerdo de su desamor ya se había asentado en el ánimo. Sí, melancólica que estaba ella. Pedro quiso preguntarle de dónde había sacado el bonito reloj de pulsera que llevaba puesto, las lujosas gafas de sol que colgaban de su sudada camiseta. Pero se limitó a preguntarle si podía acompañarla en sus tristezas compartiendo otra copita. Ella se animó un poco, apuró su orujo y, como si estuviera en el lejano Oeste, lanzó una voz segura al camarero. Bebieron y Pedro tomó confianza, con ella y consigo mismo para desatar su labia. Hablaron, él le explicó la historia de su cadena de oro, de su reloj de plata y de su exclusiva pluma estilográfica, sin saber muy bien si ella lo entendía. Confió en que seguía bien su conversación, porque le daba réplica: hablaron… y se sorprendió besándola como tantos años atrás hiciera su abuelo con parejas jóvenes.

A media mañana, se despertó en la habitación que tenía asignada en la posada con  un fuerte dolor de cabeza consecuencia de la resaca feroz. Subió un poco la persiana, pero le molestaba la luz. Tardó unos minutos en asimilar que era de día, que estaba solo en una habitación remota y que no tenía otra opción que ir activándose para entrar de nuevo en la vida cotidiana de aquel mundo rural. Rural. Se dio cuenta entonces de lo sucedido la noche anterior. Las sábanas compartidas para el placer estaban ahora vacías de compañía. Se duchó, feliz por haber realizado las imaginaciones de la infancia en la realidad de la madurez. Se acarició el cuello recordando un placer que el alcohol había desalojado de su memoria para ubicarlo en la imaginación, y se sorprendió al no palpar su cadena de oro. Quizá le había caído durante la refriega pasional de la noche. Tendría que buscarla con la mente serena. Luego, buscó la ropa para vestirse mientras recordaba a su vivo abuelo. Camisa limpia y pantalón planchado, le chocó no encontrar su reloj de plata. Rápidamente, le saltaron las alertas y se lanzó a la americana que vistiera la víspera en busca de su pluma estilográfica. Todo había desaparecido, fruto de su encuentro con una mujer que había crecido con el espíritu del pueblo de su vivo abuelo. Picarona, delincuente y, lo que más le afectó, ¡reincidente!

domingo, 28 de abril de 2019

El viejo jerifalte



Entre sonoras carcajadas, Julio y Pedro salieron del ascensor en la undécima planta. El elevador había parado en cinco ocasiones, la tercera de las cuales fue para bajar de nuevo al punto de partida. Sin embargo, ahí se vieron: por fin podrían hacer gala de sus trajes y afeitado matinal, del esfuerzo empleado en días anteriores para que la reunión con el jerifalte cercano a la jubilación fuera todo un éxito.

Atravesaron el control de seguridad y una amable colaboradora del alto ejecutivo les acompañó a la sala de reuniones donde les esperaba el gran jerifalte. Julio y Pedro, intimidados por la insigne presencia de Mr. Kasdan, su voz grave y solemne, le estrecharon sus manos húmedas de sudor y se sentaron dóciles en el lugar que les fue indicado. Miraron a través de la ventana y observaron el río Hudson. Nueva York, Nueva York: el lugar que imaginaron sus infancias.

El viejo jerifalte y sus asistentes les pusieron a prueba con una batería de preguntas: no resultó ser tan importante el informe de las actividades de  la empresa en nuestro lejano país, sino la actualidad taurina, el clima, los últimos goles del más insigne futbolista nacional y, para un anciano que, con una sonrisa anunciaba que se disponía a dejar la empresa en manos más jóvenes, el interés por una detallada descripción de las femeninas bellezas españolas. Los ojos, que en un principio les habían quedado a cuadros a aquellos empleados que habían cruzado medio mundo para descubrir en qué consistía la cúspide de su empresa, fueron reconstruyendo el puzzle de sus descolocadas miradas y todo comenzó a cobrar sentido: los altos subordinados del viejo jerifalte les anunciaban que viajaría en breve a España, donde seguiría dejando progresivamente sus funciones para, finalmente, vivir un retiro dorado en la costa.

sábado, 6 de abril de 2019

Los estados del alma



La vida del hombre transita por los senderos de la edad. Pierde su esencia adolescente y, con voz lastimera, se queja ante el amigo de las oportunidades perdidas en el arte de vivir. Su afectuoso compañero es todo vitalidad, un huracán que ha recorrido los senderos de adolescencia, juventud y primera madurez quemando etapas con todas las de la ley. Y ha llegado a los 45 años que comparten ambos en un estado pletórico. No es hombre de grandes estudios, tampoco se ha esforzado mucho por prosperar y no tiene inquietudes de altivez. Pero pregúntale si es feliz y te responderá que le acompañes un fin de semana al pueblo recóndito donde tiene su refugio para escaparse de tanto en tanto. Allí, te dará de beber un poco de su fuerte licor artesanal, de aquellos que despiertan los dolores del alma para proyectarlos en distendida conversación y evaporarlos con la sabiduría de un dialogante guía campesino, conversación de un tipo con profundo conocimiento de la humanidad al contacto directo, más allá de libros y pantallas.

Y la paradoja se da porque este hombre feliz se ha unido en profunda amistad con un hombre de voz lastimera y vida llena de carencias. Altivo, exitoso en los avatares del patrimonio económico… un hombre que vivió en busca del prestigio y, por el camino, se perdió en la soledad. Son polos opuestos que buscan, ahora, un camino común. En una sincronía que no creó una tupida red social, sino el ocasional encuentro en un pub de medianoche, el lugar que, con sus fuertes licores medio consumidos en almas que buscaban vida en las horas en que la luna dio descanso al sol, creó un lazo de amistad.

sábado, 9 de marzo de 2019

La inocencia recuperada



Subido de regreso a casa en el autobús abarrotado tras un largo día de productivo trabajo, Jesús empezaba a sentir el cansancio. Una mujer ante él, de aspecto bohemio, lucía medias de cuadros bajo una graciosa falda colorista. Se sostenía en equilibrio, pese a los vaivenes del autobús, gracias a la destreza adquirida con la práctica. Aquella mujer, de cabello pelirrojo rizado que se desplegaba sobre su cabeza de forma bastante rebelde, contrastaba ante la mirada de los viajeros cuando, al levantarse un viajero sentado junto a Jesús, se sentó a su lado. Ahí estaban los dos: él, con su aspecto de ejecutivo de aquellos que aún lucían corbata, mostrando, sin el menor deseo de aparentar, un traje impoluto; y ella, con su aspecto creativo y despreocupado.

Escuchaba él música, abstraído en el solo de guitarra de un maestro del siglo XX, mientras ella diseñaba figuras en su móvil con el lápiz. Algún viajero se apeaba, pero la marabunta parecía seguir rugiendo en el autobús porque el flujo de entrada de nuevos viajeros tampoco cesaba. Al ir llegando al céntrico barrio donde se ubicaba su piso, su residencia, su hogar en fin, apretó al botón para solicitar parada y se encontró de bruces con el rostro de aquella vecina de viaje que le había pasado desapercibida. Le dio la sensación de que, quizá, conocía aquel rostro por algún parentesco lejano o, quizá, por haber coincidido simplemente con ella en alguna ocasional conversación de mercado relativamente reciente: gustaba de crear tertulia con el carnicero y su clientela, con su querida verdulera… Pero lo cierto fue que se apeó y caminó tranquilamente hacia casa cavilando sobre devenires más inmediatos.

Cuando, por fin, tras cenar y escuchar un rato música clásica ibérica en su salón, se fue a la habitación, le volvió al pensamiento aquella mujer que llamaba y llamaba a su recuerdo. Ya en la cama, cerró los ojos y se hizo la luz: era su prima lejana Margarita, aquel primer amor que, a sus tempranos once años experimentara en el camping de la costa al que había acudido la familia con sus felices ramificaciones. Recordó su primer beso, el impacto, distorsionado por la imaginería de la edad, que provocó en él tomar conciencia de lo que eran unos pechos que apenas empezaban a despuntar. Y se sintió feliz de volver a la inocencia a sus cincuenta y dos años.

domingo, 10 de febrero de 2019

Una figura pública



El público expectante ve la tribuna, desde donde la esperada celebridad pronunciará sus palabras, todavía vacía. La espera se hace larga, la gente rumorea. Ajustándose la pajarita, el afamado orador saldrá a pronunciar su discurso. Al verle aparecer, el público aplaude atronadoramente. Mientras, él camina con paso firme hacia la tribuna. Lanza acusaciones al fantasma de la represión, odas al arte y elogios a la ciudad que, con motivo del acto en curso, le acoge. Haciendo gala de su renombre, lleva su discurso desde la superficie de la ligereza cotidiana hasta la profundidad de las almas más pantanosas. La gente está en un silencio casi religioso, conmovida por el fluir de sus palabras. El foco, sin duda, en la agenda del día en la histórica ciudad es él. Consciente de la importancia de sus palabras, responsable de su carácter de personaje público, se emplea a fondo en el último tramo de su discurso. No le queda mucho tiempo para dejar huella en las almas de su época y tiempos venideros, acechado por la enfermedad. Finalmente, concluye su discurso y se limpia la frente sudorosa. El público en pie, él observándolos con mirada nítida mientras agradece el reconocimiento. Los asistentes se van calmando y él se retira de la escena, dejando la huella de su visionaria sabiduría en las almas de esas gentes, que se esparcen cavilantes.

domingo, 27 de enero de 2019

Palpitación y agonía



Pensativo, cigarro en mano, Lucas observaba desde la butaca de su despacho cómo, a través de la ventana, jugaban los niños. Corriendo, cayéndose aparatosamente, riendo y llorando. Por detrás suyo, apareció Federico. Bien ataviado como siempre, lucía una flor en el ojal de su americana que le había regalado nuestro pensativo hombre durante un momento de distracción de la amplia familia: las esposas conversaban y ellos aprovecharon el fugitivo tiempo que les concedía la carne para estrecharse en un abrazo. El corazón de Lucas se agrietaba, temiendo por la fractura del hogar, y palpitaba, invadido de una pasión que sólo había concebido en el ideal. Federico se acercó, Lucas alejó su mirada de la ventana, unos ojos frágiles que cedían al impulso de sentirse vivo. Se sintió arropado cuando su amante le rodeó con el brazo y, cuando notó que Federico le besaba la mejilla, una instintiva mirada hacia los muchachos a través de la ventana pudo discernir a su mujer observándole inmóvil, con la expresión quebrada.

Airadamente, Lucas se deshizo de su amante. Esfumado este, Lucas se acercó a la ventana, el corazón ya no le palpitaba, la respiración se le hacía agónica, y ya no vio a nadie a través. Volvió pesadamente hacia su butaca, se sentó y observó su balanza de jurista con la severidad de su sangre conservadora. Miró al cajón, lo abrió y sacó la pistola que, sin dudar, dirigió hacia su cabeza dando fin a su vida.

lunes, 7 de enero de 2019

La banda de música



Muevo las caderas, salto, bailo y sigo las melodías de nuestra banda favorita con la voz bien alta. Mi pareja se fija en el guitarrista, delgado, con una curiosa melena de galán medio calvo que no renuncia a un estilo propio.

Bien entrada la noche, a las tantas. De regreso a casa, el espíritu extasiado, el cuerpo agotado. La mente suspirando por un descanso. Nos abrazamos en la cama un instante. Luego, cada uno se gira hacia su lado del colchón, acomodándose para una larga noche de descanso.

Al día siguiente. Ya es mediodía y la escucho preparándose un café. Me levanto y voy a su encuentro. Nos miramos, no hablamos. Ella sonríe como leyendo a través de mis ojos la energía que la memoria reciente va sedimentando en mi interior. Y, para activarla, se acerca al equipo de música y pone, a un volumen suave, una balada de la banda de música. Se me acerca, bailamos, los dos solitos en el lugar habitualmente destinado a los fogones, lentamente, juntitos, lanzándonos miradas furtivas o mirando al pequeño horizonte de las cuatro paredes que conforman nuestro matutino paraíso doméstico.