viernes, 29 de diciembre de 2017

La verdadera enseñanza


Un buen día, me enseñaron algo que nunca había descubierto por mí mismo. Ensimismado, llevaba tiempo reservándomelo todo para mí. Y fue un buen día, sin comerlo ni beberlo, aunque lo cierto es que estábamos compartiendo un café con su dulce. Sin comerlo ni beberlo, llegó la enseñanza con el estómago trabajando. Me pregunto si tantas teorías, si tantas reflexiones y análisis de los sentimientos tuvieron algún efecto más allá de otorgarme cierta predisposición al entendimiento. Porque lo cierto es que el reflejo de las enseñanzas librescas lo vi claramente en sus ojos, en sus gestos y en el discurso de su voz. En aquellos momentos, me di cuenta de que la verdadera enseñanza provenía de una mañana de invierno, de una cafetería en una mesa de dos, de su grata compañía y el arte de vivir.

La magia de una nota musical


Todo el día confuso, encerrado en mi habitación con el único refugio de un concierto de música para guitarra española. El gran maestro sacando sonidos celestiales de sus cuerdas. Poco a poco, cae la noche, el concierto que no se cansa de resonar en mis oídos, sigue despertando mi imaginación. La musicalidad logra ya, a esas horas, que me penetre su calma. Sin duda, ayuda el cansancio, aunque a lo largo del día llegué a sospechar que no conciliaría el sueño. Las turbulencias de mi confusión, así, van dando paso a la claridad mental que invita a pensar en una revelación. En la linde del sueño y la vigilia, de la lucidez y la pérdida del juicio, se ha producido la magia de una nota musical en el flujo de mi concierto vital, acechado, acechante y, ahora, complacido por su vislumbre. 

lunes, 20 de noviembre de 2017

Sueños


Camino por senderos inciertos. Alzo la vista y veo al pájaro acompañarme, de árbol en árbol, de rama a rama. El trayecto se hace arduo, sueños que una vez me prometí impulsan con fuerza mi paso. Firme. Los caminos confluyen en uno, pequeño, largo, sinuoso. Pedregoso y muy arbóreo. A pesar de tanta vegetación, del rumor de los arroyuelos que van quedando a un lado, alzo la vista y veo al pájaro seguir. Afino el oído y lo escucho gorjear. Es mi compañero en este largo camino hacia la realización. El camino termina y me deja ante un gran valle de verde vegetación, con el canto de su gorjeo y el movimiento de mi dedo índice buscando dar con su ritmo. Miro al frente y veo la tierra firme, el mundo terrenal donde mis sueños se convierten en floración vital. Alzo la vista y veo el cielo, lugar donde proyectarme hacia el futuro y evocar figuras del pasado. Quedaron en el sendero y me acompaña el recuerdo de su calor. Entre la tierra y el cielo vivo y, de repente, con una nitidez de ideas que da el lugar al escogido, escucho de nuevo la llamada de mi ave acompañante. Se acerca a tierra, se posa en el ella y pierde sus alas dando paso a unos estilizados brazos blanquecinos. De las patas, crecen unas piernas y va surgiendo la hermosa figura de una mujer que me susurra cosas bonitas. Adivino que está en celo, me acerco a ella y nos fundimos en el paraíso de los sueños realizados.

sábado, 14 de octubre de 2017

Aprender a vivir


Un chaval fue creciendo hasta convertirse en hombre. Constituido como tal, creyó llegado el momento del dinero, la perspectiva vital y tantas otras cosas que habían anidado en sus sueños a temprana edad. Sin embargo, caminando día tras día en trayectos que se hacían especialmente similares, no veía que la experiencia de la vida ni el nacimiento de la conciencia adulta llegaran. Había nadado con determinación en busca de la isla del tesoro, el remedio universal de la madurez. Pero lo cierto era que no crecía su bolsillo, ni conquistaba por su elocuencia, ni mucho menos había alcanzado un añorado sosiego. Un día, al salir de la panadería, se fijó en el mendigo al que siempre esquivaba con la mirada. Al día siguiente, inició una conversación con una mujer anciana que le dejó perplejo y luego pensativo. Con el tiempo, fue dejando de soñar y notó que iba conectándose con lo más cotidiano de la vida. Ya no añoraba el dinero, ni la conquista de la feminidad con la que ya fantaseara su adolescencia, ni sentía la ansiedad por saber con certeza la verdad de las cosas que le había acompañado prolongadamente. Simplemente, aprendió a estar en el presente, proyectarse un poco en el futuro ante un café y amar sin compromiso ni requisito. Aprendió a vivir.

jueves, 5 de octubre de 2017

La sombra de un milagro


El gran creador lidiaba con la flor y nata de la economía del lugar. Era un hombre vanidoso, visionario y torrencial. Siempre pensaba a lo grande. Los edificios que creaba eran de una singularidad que dejaba a todas luces su impronta. Sin embargo, el vuelo celeste de su pensamiento necesitaba de alguien que lo enraizara en la tierra. Un aventajado discípulo se convirtió en su ayudante. De él surgirían distinguidos detalles de la obra que pasaban para todos como creación del afamado maestro. Hacía algún proyecto por su cuenta, pero él lidiaba con el tendero que había logrado unos ahorros para realizar, a través de las dotes del discípulo, el sueño de su vida. Nada de corbatas, trajes y brindis en salones distinguidos para el terrenal creador. Él creía que en una impronta más humilde, en las personas y en el recuerdo de las formas inmateriales. Mientras su maestro fue un cascarrabias de solitario ego sin lazos familiares ni demás afectos más allá de la sombra de un milagro, las apariencias artificiales y su obra material, su discípulo le dio una  tierra sobre la que asentar sus delirios y un hombro sincero sobre el que llorar sus ocultas debilidades. Al final, la grandeza estuvo, no tanto en la  vista alzada al sueño celeste, sino en la tierra firme sobre la que se produjo aquella feliz confluencia de talentos. Nada más que la sombra de un milagro.

sábado, 19 de agosto de 2017

Un chico inquieto


El privilegiado niño creció entre pintores que trasladaban sus talleres a casa para decorar el rico espacio doméstico. Al principio, los recibió con cierta aversión, como gente extraña que venía a invadir la paz de su intimidad. A medida que fue pasando el tiempo, el niño se acostumbró a acercarse curioso para ver cómo desarrollaban sus trabajos aquellos artesanos. Ello generó un trato afable del que surgieron afectos entrañables. Sin embargo, llegó el día en que los trabajos concluyeron, los lienzos quedaron expuestos con toda solemnidad en la casa y los pintores se fueron.

El niño ya se había convertido en un adolescente inquieto, que cubrió la falta de aquel mundo que le daban los secretos de la creación en curso callejeando por la ciudad entre chavales de menor linaje que hacían aflorar en él la vitalidad que creyó peligrar. Se escaparon por montes y pueblos, descubrieron ruinas medievales en espacios que no creyeran tan cercanos y el chico amó. Llegado un buen día, las noticias de las travesuras del chaval en prohibido mestizaje con clases inferiores alarmaron al padre, que lo recluyó no sin pena como castigo y ahuyentó a los entrañables amigos, temerosos ante su autoridad poderosa.

Tras un mes de doméstico cautiverio, el desconsolado chico pudo recuperar su perdida libertad de movimientos, perdonado por su padre. El chico, aunque algo temeroso de la figura de aquél, recorrió antiguos espacios en busca de sus amigos sin éxito. Apenado, un día cogió unos cuadernos de casa y se fue a aquellos lugares de su recuerdo, con el firme propósito de dejar huella indeleble en su memoria. Dibujó las calles, los montes, los pueblos y las ruinas, y, de memoria, reproducía en ellos las figuras de sus amigos. Viendo aquellos dibujos prodigiosos, su padre, conmovido, acabó capitulando y, no sólo le devolvió sus antiguas amistades, sino que aceptó su solicitud de entrar como aprendiz en el taller de uno de aquellos excelsos pintores que, tiempo atrás, decoraran su casa y dieran forma a su imaginario.

sábado, 29 de julio de 2017

El suicida barcelonés


Junto al mar calmo del puerto, entre transeúntes lugareños y turistas accidentados, reflexiona inspirado por la brisa suave que corre en el verano de la urbe. Recuerda una vieja canción, susurra poemas escritos en su juventud a la belleza imposible, todavía grabados en su mente. Se acerca al borde y puede ver nítidamente el agua sucia del puerto chocar suavemente con el límite  de tierra firme. Vieja canción de nostalgia por sueños no conquistados, que ahora le vienen al oído en forma de gritos de traición a la propia esencia. El sueño de ser uno. Poemas escritos al amor que nunca tuvo. Exhala un suspiro y se tira al agua.

Una turista, oronda y redonda, se tira a por él. Casi que hay que salvarlos a los dos. No se sabe si lo hunde o lo funde. Tal es su vehemencia. De forma que un italiano musculado se quita la camiseta y se lanza a por ellos. Los saca del agua, con una amplia sonrisa de salvador. Exhibe musculito y presta los primeros auxilios a nuestro aparente suicida, que retoma la conciencia ante los labios de tal atlético galán. La turista accidentada ha quedado de lado, suspirando impotente ante las flechas de Cupido que trató de conquistar en su viaje a las húmedas profundidades. Porque el suicida aparente vuelve a palpitar ante el rostro latino y casi le susurra unas líneas de un largo poema del imperio romano, pero en su lugar le canta el himno del primer equipo de fútbol italiano que le viene a la mente, y sellan la noche compartiendo una pizza, y se rozarán y se amarán en el apartamento para guiris que comparte con otros dos maromos, respetuosos ellos para con la primera noche de masculino amor de nuestro antaño desnortado suicida barcelonés.

domingo, 2 de julio de 2017

El valiente, la bestia y el oráculo


Un pequeño lugar. Almas que viven en salvaje libertad. Joven y fuerte, Juan aparta su mirada del fuego de la chimenea y se despide con voz seca de su mujer. Siempre fue un hombre de apariencia áspera y fondo tierno.

Con la escopeta a cuestas, saluda a la salida de la aldea al viejo Siabin, hombre curtido en mil batallas cuyo consejo es un oráculo sobre el futuro. Advertido por aquellos que le pidieron auxilio, orientado por el anciano, sube por la carretera hacia el monte frío y nevado. Hay un ciervo muerto a un lado de la carretera. Le sobrepasa un todoterreno y da un respingo. Se centra y se adentra entre los matorrales hacia la verde naturaleza vestida de blanco. Camina un buen rato, el silencio ya no lo altera ni el más valiente animal. Ve cerca el pequeño sendero oscuro que le indicó el viejo Siabin y sabe que el momento se acerca. Sostiene con firmeza la escopeta, penetra en el camino en busca de los retoños, a sabiendas de que allí estará, negra en la inmensidad de su cuerpo, la bestia custodiando. Los ve, niños de alma secuestrada en calma aterrorizada, silenciosos. Y ahí que aparece el temido enemigo. Descarga la escopeta: un tiro, dos, tres… cae al suelo zarandeado por la bestia. Ciega de rabia. Él recuerda el oráculo del viejo y, a merced de la ciega fuerza bruta, lanza una mirada nítida de ternura a los retoños. Sonríen, salen de su letargo y empiezan a gritar al fiero animal, que hace esfuerzos por cubrirse los oídos, pierde la orientación, el equilibrio y, finalmente, cae. El valiente se lleva a los retoños de vuelta, y el viejo Siabin, cuando los ve regresar, esboza una pícara sonrisa, sabedor.

sábado, 3 de junio de 2017

La sirena del sueño


En la noche cerrada, unos ojos repentinamente abiertos. El sueño quebrado por la súbita conciencia del choque del recuerdo. Unos grandes puentes sobre el río, descubiertos a medida que tu onírica vista de pájaro los va atravesando. Grandes y espaciados. Y, al final del camino, el presentimiento te dice que está ella, a quien creíste flor de un día. Intensa, aromática. El batir de tus alas te hace avanzar y avanzar, dejando con tu mirada el surco de tu huella reflejado en las aguas del río. El ancho cauce ha quedado atrás, los puentes han dado a pequeños pasos de piedras y te acercas al nacimiento del río. Allí, sentada, ves a la sirena de este sueño tuyo que antaño fue realidad. Te mira con ojos que expresan una larga espera. Sonríes, la besas por fin cubriendo de cariño los vacíos del pasado. La abrazas fuertemente, escuchas su voz trémula y, alzando la mirada agradecida al cielo, despiertas.

sábado, 13 de mayo de 2017

Escultor del espíritu


Nadie conocía el verdadero nombre de aquel hombre. Era un caballero que envolvía con el gesto y la oratoria. Atraía ingenuas mentes faltas de definición hacia sus promesas de un existente Paraíso. Y suturaba sus heridas, las moldeaba cual escultor del espíritu para dejarlas volar, libres ya.

Nadie entendía por qué, poseedor del secreto de la curación de los corazones, no despertaba en él un común instinto de posesión. Se llegó a especular que tenía el corazón roto por un lance de juventud, pero pronto se descubrió que también palpitaba la sensualidad de su masculina energía ¿Qué hacía, pues, que no surgiera de él el amor perdurable o el instinto de una cierta compañía? Los rumores continuos alcanzaron el nivel de la certeza: se le veía deambular por las noches de la ciudad, paseando por la catedral o sentado en una terraza ante una copa de vino… en una soledad contemplativa. Llegó un momento en que, aquella alma de fortaleza inquebrantable, venida de tierras sin huella, empezó a ver menguar la luz que irradiaba. La gente se preguntaba, preocupada, si no sería que las puertas del Paraíso se habían cerrado, pero fue entonces cuando los elegidos vinieron hacia él y, alados, se lo llevaron para glorificarlo.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Espejo de la vida


Una nueva etapa, creo yo. Heridas suturándose poco a poco en una piel todavía herida de recuerdo. La huella de una efervescencia repentina, inesperada y, finalmente, desaparecida. Atisbo mis entrañas con la mirada interior, y un tenue brillo invita al movimiento. Sí, aquello que en mi conciencia era una nueva etapa, emerge en forma de actitud. De modo que me pongo en pie, camino. La tarde primaveral ofrece un sol radiante, lejos de las lluvias recientes. Pareciera que el clima viene reflejando mi estado de ánimo. Paseo por la ciudad sin rumbo fijo. Inmigrantes, gente humilde… me paro en una librería low cost y detengo mi tiempo en busca de historias nuevas que me permitan hilar realidades fantaseadas, espejo de la vida que conmueve y remueve creando sentidos nuevos. La sugerencia de un título me lleva a fisgar entre sus páginas, y salgo a  la calle con el libro bajo el brazo. Sigo caminando, el paseo se ha hecho largo, mis piernas cansadas buscan reposo y, ya en una cafetería concurrida, me pido un cruasán artesano acompañado de un café. Sentado, miro en derredor expresiones de vida acomodada y estudiantes enérgicos. Quizá, soy el único circunspecto. Saco el libro de la bolsa, lo abro por el primer capítulo y, mientras el rumor de la cafetería desaparece surgiendo un silencio introspectivo, me adentro en nuevas historias que crean el reflejo en mis pensamientos de que sí es posible ese otro mundo.

lunes, 17 de abril de 2017

Virtud y juventud


La mañana tranquila, de calles vacías y tiendas cerradas, invita al paseante a navegar sin rumbo por las calles de la ciudad. Embutido en unas zapatillas deportivas y con los auriculares dejando sonar genuino rock español, camina con ritmo y alegría mientras analiza minucioso los detalles de su interior estado. Feliz y afortunado, es consciente sin arrepentimientos de que vida solo hay una.

Callejea, entra en una gran avenida y ya está en el centro. Por allí, hay quien empieza a salir a la calle y alguna cafetería abierta. Entra en uno de estos locales, coge el periódico de encima de la máquina de tabaco y se pide un refresco con un buen bocadillo matutino. Lo come con gusto, y el refresco de devuelve a la vida. En la mesa de al lado, ve a una mujer mayor leer un tomo de filosofía. Se dice que debe ser una mujer sabia. Él la observa un rato más. Ella, discreta, observa que la observa. Finalmente, la virtud decide entablar conversación con la juventud, quizá porque en ambas vidas hay, aún, curiosidad. Poco a poco va descubriendo las inquietudes que anidan en el interior del reciente paseante, y él va descubriendo, asombrado, que a sus reflexiones se les puede poner palabras. En su conciencia hay un halo de asombro, y la anciana le mira con la serenidad de la sabiduría asentada. Le ha invitado a que acuda a sus clases un día como oyente, y él ha aceptado ilusionado.

Con la sensación de la misión cumplida, la anciana se disculpa arguyendo que debe irse. “Hasta otra ocasión, pues”, le dice. Y él, vuelve a sumergirse en sus pensamientos por un momento, queriendo asimilar la verdad que ha asomado a su conciencia esa mañana aparentemente tranquila. “Tienes suerte: hay camino en ti”, le había dicho ella. Y el paseante se levanta y recupera la senda.

martes, 4 de abril de 2017

Ensoñación


David se mira al espejo. Al espejo se mira, se mira al espejo. Le gustan sus patillas y la larga melena que luce, y siente que la soledad no es lugar para tan bello efebo. De modo y manera que coge la chupa, el paquete de tabaco y las llaves de casa. Duda entre subirse al bus o bajarse al metro: no, no es una noche de viernes; es un miércoles por la tarde bien soleado. Finalmente, se sube al bus que lo llevará directo desde su humilde barrio a una zona céntrica y acomodada. Durante el trayecto, alguna mujer de las que a él se le antojan maduras le echa una mirada que otra. Tan bello efebo: inocencia y juventud prestas a ser iniciadas, pensará ella. A él le recorre el calor por el cuerpo, pero permanece con cara de póker: hay que aguantar el tipo para fundirse con sus ensoñaciones. Llega a la zona céntrica, y pasea. Pasea mirando aquí y allí nuestro adolescente. Se mesa el cabello, observa femeninas esencias de juvenil virtud. Tres melenas: una rubia, otra morena y, la última, pelirroja; sentadas en una terraza. Empieza a soñar, se le sube la libido y se planta como un clavo. Sentado en una mesa cercana, se enciende un cigarrillo y pide un café. Ellas ríen, él las mira de refilón. Sonrisa pícara ante mujercitas que no han roto un plato. Las siente suyas pasados unos minutos de acercamiento. Ya ha cruzado unas palabras y se atreve a abordarlas. Suelta su labia de imaginativo rebelde, las envuelve. Entonces, empieza a deshojar la margarita. Cuál de las tres gracias se llevará para sí. La pelirroja está ruborizada, descontrolada ante la atracción. Mía, se dice él…

…el cigarrillo ya está casi en la colilla y le quema la mano. Despierta de golpe de su ensoñación. Duda si seguir allí de pie como un clavo o empezar a moverse. Está aturdido. Poco a poco, va volviendo en sí, y las femeninas esencias de juvenil virtud ya no se atisban allá en la terraza. Piensa él que con glamour han pagado una costosa merienda y se han recogido en sus lujosas casas. Y emprende el camino de vuelta, con aroma a barrio caro y mujer perfumada.

sábado, 18 de marzo de 2017

El tesoro y la envejecida coraza


El tiempo transcurre dejando sus huellas en las facciones del varonil rostro, un cuerpo menos hermoseado y la emoción, aún, en perenne ensoñación. Cree que ha vivido, que su existencia es plena y que la imaginación lo convierte en artífice autosuficiente de sí mismo.

Un buen día, una inteligencia plena de naturalidad prende su encanto sobre él. Las viejas quimeras de un ideado mundo feliz ya no valen y, poco a poco, el artífice de sí mismo se da cuenta de que era el común lo que conducía a la felicidad. Aprende lo que es la emoción sincera en conversaciones de media tarde, a base de tropiezos en su excitante ventura. Ensayo y error en un maduro que empieza a descubrir las abandonadas emociones de perdida juventud. Quizá, fuera el miedo y la huida lo que le sumió en la quimera casi eterna del sentimiento de ficción. Y sin embargo, ¿no hubiera sido ello una debilidad humana? Acecha la incertidumbre, nace un nuevo tipo de fantasía y se busca un nuevo modo de sosiego sobre la base de soplos de felicidad alcanzada.

No es un cuerpo, no es la juventud. Es el flujo de una conversación, la incerteza de una mirada, unos labios rotos que esconden fisuras en su femenino corazón. Y él siente que la intermitencia de su cercanía es el tesoro que rompe los moldes de la envejecida coraza de su errante imaginación.

domingo, 5 de febrero de 2017

La captura de un instante


El recinto antiguo, de largos pasillos deslustrados y tristes. Y se adentró en él, con los auriculares haciéndole saber que se podía vibrar entre las sombras. Hálito de vida, una voz profunda se expande en frases incisivas hacia el interior de su mente. Ahí donde se forman los significados. Paso acelerado, a ambos lados figuras humanas transitando o conversando. La luz ha decaído y se atisba la llegada de la noche temprana. Pasillos profundos. Girar, bajar escaleras. La mirada se detiene ante una mujer, cabello largo, gafas de bonita montura y falda sobre la rodilla que permite ver el dibujo de unas hermosas piernas bajo medias color carne. Ella le mira inquisitiva. Él se recoge sobre su caparazón. La levedad del instante en que dos figuras se cruzan en la vida mundana. Sigue él su camino, fantasea con la oportunidad perdida, elucubraciones sobre castillos de naipes: sus piernas eran bonitas. El instante en su memoria. El corazón le palpitó más aceleradamente por unos instantes que, llegado a su despacho, se sienta para inmortalizar a través de la palabra escrita. Teclea acelerado, buscando su esencia. Piensa en ella. Recuerda, recuerda… el instante fugaz de escasos minutos atrás. La página se llena, ha elegido no quitarse los auriculares: la música resuena. La obra se va cerrando sobre sí misma, parece que ha captado el alma de cierta forma personal de expresar arte. Se siente en plenitud, con el texto concluido. Nota que ella flota en el aura del despacho. Y se considera un maestro. 

domingo, 22 de enero de 2017

Vientos de esencia


Enredado entre vueltas y vueltas de ventoso torbellino, apariencias de lo sentimental sin cuajar en la nitidez de una mirada que haga todo el recorrido, al menos desde un inicio como un comienzo, hacia mi más íntima esencia. Quizá, un día, sentado en un café acompañado de una buena conversación que no tuvo comprometidas pretensiones de principio, lo estuviera empezando a hallar. Una figura femenina que, a través de sus palabras, preguntas y atenciones, vaya empezando a extraer eso que es más íntimo de ti. Un cabello que ansiar tocar con el remanso de la tarde alejado de su figura, la imagen de dos jóvenes acurrucados en una escena de la televisión prende tu atención. Procuras bailar bien el vals de la asimilación, no un paso precipitado en tu pensamiento, tampoco quedarte parado. En cualquier caso, esta vez, será ella quien te tome del brazo y marque el ritmo. Crees que vas saliendo del ventoso torbellino, vueltas y vueltas ahora en una sinfonía armónica, el viento en la música de sus instrumentos. Pausa, movimiento: cadencia. Camino, camino…

viernes, 6 de enero de 2017

De vidas y tormentas


Su vida llegó a la edad media de tiempos pretéritos, cuando no se alcanzaba la cuarentena. Tenía una tez blanquecina, los ojos se le achinaban cuando sonreía y llevaba el cabello negro en una melena revuelta. A su marido le conté mis secretos sobre el amor, que él encauzó dándoles luz. Una luz que ella temía y adoraba: gozaba de la invasión de un rayo matinal en su piel con lunares, y luego le invadía cierta incertidumbre. Ese recurrente temor. Me la encontraba, en las mañanas de aquella tormentosa juventud, dando atenciones a mis seres cercanos. Más allá de lo que un salario estipula, ella ofrecía cariño natural. Luego, llegó la tormenta esperada que se llevó una vida por los senderos del misterio ultraterreno. Aquella mujer de tez blanca, lunares y cabello negro, siguió participando de esa lejana etapa de nuestras vidas, cada vez más espaciadamente. La última vez que la vi, lucía un cabello corto a la luz de una esplendorosa tarde junto a la gran ventana de nuestra cocina. Luego, desapareció dejando tras de sí el rastro del misterio como única huella. Al cabo de un tiempo estimable, aquel que permite al ser querido asentar la asimilación del fuerte impacto, sonó el teléfono en la habitación contigua de nuestro hogar ya más chiquito y sin aquella hermosa cocina. Era su marido, que llamaba desde el sosiego para transmitir la pérdida del ser querido. Dos vidas se fueron, así, con sendas tormentas, pero su recuerdo se asentó en quienes les quisieron.