A ritmo de jazz, la mente bamboleándose. Un pajarillo sobre
el árbol verdecido por la primavera en mi ventana luminosa. En la soledad del
presente, asaltada por el recuerdo cercano, me debato entre la pulsión cercana
y una nueva ilusión. El rato que me deja libre la cocina, el trabajo de mollera
y un necesario descanso, lo empleo en atusarme el cabello, hacerme las uñas y
regalarme la vista de mi cuerpo ante un bonito vestido de escote pronunciado.
Y, mirándome al espejo, me sé hermosa, afianzada entre la pulsión cercana y una nueva ilusión. Mario entra, cigarrillo
en el labio, invadiendo una intimidad que se suponía compartida. El amor hecho
por el roce y el cariño, dicen. Yo le miro atenta, su cuerpo musculado deja ver
la longitud del brazo y el cuello de su camiseta invita a recordar, con el
final de su cuello, el inicio de su pecho. Se me acelera el corazón, hoy más
salvaje que sentimental; la noción del tiempo desaparece, su cuerpo, sus
caricias, mi excitación irrefrenada. Sin culpa ni perdón, cuando hemos acabado,
tranquila, sé que quizá he perdido la oportunidad de esa nueva ilusión.
Instinto animal, pasión terrena. Y, con la pausa de un paseo con brisa
tranquila por la avenida que ladea la plaza en la que se observa, cuca ella, la
luna llena entre edificios reseñables, me lo cruzo y atraviesa mi corazón con
una mirada que descubre la historia de mi atardecer y, más allá, me otorga la
esencia de ser mujer.
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