jueves, 27 de febrero de 2014

La levedad de su luz

En una tarde soleada de primavera, ante un Martini Rosso, bien cómoda sobre el cojín que me protege del hierro duro de la silla en la terraza del barrio gótico, miro a mi abuela mientras ella va consumiendo, poco a poco y con esmero, su cañita. Que edad tiene para disfrutar de pequeños placeres. Deja la mirada fija en la paloma que va dando saltitos picando restos de patatas fritas y migas de pan. Comenta mi abuela con una repentina sonrisa:
-¡Qué banquete se está dando la paloma!

Queda ella un momento en silencio y se esfuma la sonrisa de su rostro: vuelven los pensamientos temerosos ante un futuro incierto de achaques y centelleante brevedad. La miro sabiendo que se trata de un tesoro que en otra época floreció y, en su edad marchita, merece el cuidado y la atención. Gozando de cada minuto ante alguien que me ha dado una fuerte luz antaño, percibo la que ahora me ofrece con levedad.

Las dos sentadas, ante el silencio: algún comentario provoca una réplica, y surge de nuevo una breve conversación. Le siguen momentos de reflexión, un suspiro y el final desahogo. Desde el trayecto recorrido, aquella que ya conoce el camino me indica mira esto, atención a aquello. Se cambia las gafas para que su castigada vista mire la foto del nieto que muestra mi teléfono móvil. Sí, ella es antigua pero moderna. Sonríe con ligera felicidad. Y así, mientras otros ancianos caen en el olvido y muchos jóvenes se pierden, dos generaciones lejanas se encuentran a sí mismas a través del lazo sentimental.

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