jueves, 6 de febrero de 2014

Esas cosas de todos los días

Hoy ha amanecido, un día más, mi cuerpo entre sudores de catarro. Más leves ya. Me pregunto si, en la presunta riqueza que mi estima pretende dar a las reflexiones que os envío cada semana, no hay un exceso de ego. Cierto es que no hay mayor intención que la de expresarme y crear cierta complicidad con vosotros y vosotras. Pero, llegado un punto, uno se da cuenta de que su vida no es tan maravillosamente interesante como su héroe interior imaginaba. Creer en aquel héroe le hacía a uno vagar por la vida con una imagen propia que le ocultara otros pesares y le presumiera en los altares de la creatividad, el genio y, por qué no, la sensibilidad. Sin embargo, llegado un punto, la cabeza da un giro y se da cuenta de que aquello que era más de perogrullo, aquello más mundano y más natural, sin más alharacas que las de ofrecer cierta aventura cotidiana y dosis de normal felicidad, es lo que acaba llenando las vidas. Por ello, creo yo, siempre he valorado la vida del ama de casa, que no ejerce el misterio de la gran profesión, sino la vocación o dedicación a la vida de los suyos, desarrollando sus inquietudes más a ras de tierra, al menos en lo que yo he apreciado, que también hay historias no muy dignas de aprecio. Sin embargo el ejemplo vale para decir que ellas, como aquel que, tarde o temprano, descubre que la vida está en estas cosas tan de todos los días, tan lógicas y tan naturales como querer cierto entretenimiento para nuestra vida, cierta compañía, cariño, amor y felicidad, sin gran aparato, tienen esa particular sensibilidad que descoloca a muchos, y que es simplemente la de haber logrado finalmente un cierto sentido común para su vida, un cierto significado, una voluntad para el horizonte que hay delante dotada ya de un abecedario contra las quimeras. Quimeras de las que tantos son presa. 

2 comentarios:

  1. En cierto que todos imaginamos ser especiales y que pensamos que existimos por alguna razón superior a la mera y simple continuidad como especie, cuando esta fiebre de grandeza pasa con los años y la experiencia, aprendemos a valorar las cosas pequeñas y a disfrutarlas, lo cotidiano se convierte en motivo de felicidad. Hoy lo he observado por lo siguiente:
    Tengo una vecina que me he encontrado en la portería este mediodía, venía de pasear, creía que era mayor le echaba unos sesenta y cinco y hoy me confiesa que tiene ochenta y ocho… Chica, estás estupenda!... No creas, no, hoy me duele una rodilla; me ha dejado estupefacta, va a aqua gim una hora cada día, saca al chucho, pasea y por la tarde va a echarse unos bailes al casal d’avis. Increíble, ha trabajado desde los cinco años en trabajos de los de antes, duros, de jornadas maratonianas y mal pagados, de esos que dejan poco espacio a las quimeras. Este encuentro me ha hecho darme cuenta de una cosa muy simple y que voy a poner en práctica desde este mismo momento porque cuando sea mayor quiero ser como ella, y es tener sueños cercanos y alcanzables para amanecer con el sol mañana, y disfrutar y ser feliz con cada una de las cosas que realice.
    Te deseo que te recuperes y puedas ver con toda su amplitud lo que quiero trasmitir.

    Saludos.

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Esta anciana de la que me hablas parece una mujer a todas luces llena de vitalidad, y es entrañable que una se pare a jijarse en ella y, faltaría más, tomar como ejemplo esa forma de coger la vida por montera. Te deseo que, cuando envejezcas, logres tan feliz y cotidiano objetivo. Gracias por desearme salud en mi catarro: la cosa va mejorando, jeje. Un abrazo,
      Eduardo.

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