jueves, 23 de enero de 2014

Un ciclo en la vida

Siempre me ha gustado Beethoven. Es un hombre que se atreve a mover la pasión entrando en un difícil camino del que luego encuentra una esplendorosa salida. Así lo veo yo. Al trastocar la conciencia normal de las cosas en su música, nos entrega momentos de turbulenta enajenación y otros de éxtasis vital. Hace poco estrenaron una película sobre la escultora Camille Claudel que hablaba de su internamiento en un sanatorio durante largos años. La actriz, en un esfuerzo interpretativo solo al alcance de grandes como Juliette Binoche, nos muestra a una mujer que posee en el fondo una gran lucidez, y que ha sido desplazada de la realidad por los celos de un amante envidioso de su talento. Digo esto porque creo que atreverse a vivir, a ser uno y genuino, no es moco de pavo, y lanzarse a ello implica arriesgarse a penetrar en el mundo de la locura. Cuando sales de él, como Dante que supo hablar del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en su mundo cristiano, adquieres una visión plena, redonda de la vida, donde todas las piezas que han sido disgregadas o negadas por el otro y tú has sostenido firmemente a pesar de temblores, se revelan en toda la certeza que tuvieron siempre, y revives de la misma manera que aflora la vida tras la tormenta en una sinfonía de Beethoven. Ya no hay medias tintas: lo que te prometiste de pequeño era cierto, eres quien creíste ser y no otro, el que te traicionó lo hizo de verdad, quien fue tu amigo, aunque te costara entenderlo, se te revela como tal y quizá te brote alguna lágrima o se te erice el pelo al descubrirlo de nuevo. Y al encontrar el sentimiento femenino, recuerdas que tu madre es la misma que amó a tu padre, que naciste a semejanza de él y que, por fin ha llegado tu hora, una mujer te ha embrujado para encontrar la lucidez y volver a la realidad de lo que un día fuiste. Como fue Camille Claudel, algún atardecer disfrutó a la luz del patio de aquel sanatorio, me ilusiono en pensar.

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