miércoles, 22 de enero de 2014

Pétreos flamencos

Buenos días a todos. Hoy quiero invitaros a descubrir una prosa femenina, no en vano las letras son mi vocación. A mí me encanta y quiero compartirlo con vosotros. Espero que no sea la única vez. Este breve relato se titula PÉTREOS FLAMENCOS:




En uno de esos momentos de abstracción en los que no piensas en nada concreto por desvarío, pero te recorre un torbellino descontrolado de ideas por la cabeza, nada concreto, bastante inconexo, pero está ahí, zumbando fuerte. Me he dado cuenta del alicatado de mi baño, baldosas rectangulares de color malva, muy femeninas y en disposición trece por trece,  colocadas irregularmente, por pocos milímetros pero los suficientes como para notarlo. El paleta debió colocarlas por la tarde, después de unas cervezas, el carajillo y la copa de coñac, decorada toda esa tasa alcohólica con palabras soeces, como si lo viera, imposible colocarlas rectas.


Horizontal, vertical, la pared de enfrente, en total ciento sesenta y nueve; y en el centro una pareja de flamencos, rosas pero sin faralaes; delgados, gráciles y esbeltos, me miran de lado, estoy en el centro de su ángulo critico de visión y ellos, descarados y aburridos, en mi punto álgido de reflexión.


Se sostienen sobre una pata para regular su temperatura corporal, me doy cuenta de que siento frío, estoy mojada, esta toalla de rizo americano no seca, y tirito sentada sobre la tapa del inodoro, me castañean los dientes, mientras  con ironía pienso, con este hielo interno cómo es posible que puedan derretirse los cascos polares. Positivo, negativo y la incomprensión de los opuestos, si pudiera extenderlo.


En un instante vuelvo a la guerra fría que sostenemos, a la insolente observación entre los flamencos machos, su chulería y yo.


Burlonamente la palabra flamenco viene de la expresión gitana “campesino errante”… levanto junto con la ceja la comisura  derecha del labio a modo de interrogación o perplejidad, no lo sé porque no me veo, increíble el sentido del humor de la antigua propietaria, o es una víctima nativa de la tribu del Sufrimiento Perpetuo, o vaticina muy fino.


Suena el teléfono, es Miriam de Gerona, quiere saber cómo estoy y en que laguna oscura me encuentro.


-  Delante de la dieciocho, con un lobo de fauces terribles, un perro  rabioso a punto de devorarse y un cangrejo siniestro medio sumergido, pero dispuesto a atacar en cualquier momento, observándolo todo.


- No es ninguna novedad. – Me dice mientras me voy vistiendo.


- No, claro que no. Lo nuevo reside en que ya no soy la misma de antes, he perdido la fe en el género humano y una porción importante de inocencia. Sin espejismos, sin lucidez, sin esperanzas… ver la verdad sin disfraces que la camuflen, duele. Lo acepto porque no tengo más remedio, pero me siento mal, y maldigo desde lo más profundo de mí ser al malvado que hace daño a conciencia.


- Para, para, para… ¿Tan segura estás que es consciente de lo que te ha hecho? ¿Cuál es su proceso? ¿En qué punto está?.


Como no lo estoy en absoluto, noto que me ahogo y tampoco quiero responder, cambio de tema, táctica que a veces sale bien.


 


- Los flamencos para intimar alisan sus plumas y extienden las alas, son bruscos en el arte del cortejo y forman con su plumaje un efecto flash en negro… -  (Como el que acabo de hacerle a la pobre Miriam).


Segundos de silencio, lo ha notado, me conoce bien; y dice:


- Te recojo el viernes después de comer, nos dará tiempo de tomar un café antes de entrar. Lourdes  no viene con nosotras, llegará más tarde.


- De acuerdo, te espero en los aparcamientos del Flamingo, como siempre.- Me doy cuenta de la sincronía.


Mientras cuelgo el auricular, me observo en el espejo de cuerpo entero del baño, me estoy sosteniendo sobre la pierna izquierda, a igual que los flamencos, para regular mi temperatura, este frío que siento es producto de un siglo de búsqueda,  de ignorancia y de soledad.


Me acerco a las ciento sesenta y nueve baldosas malva, a los flamencos y a sus extraños picos, los observo por unos instantes, si pudiera migrar como vosotros, si pudiera volver con la estación cálida… parece que me guiñan el único ojo visible con pavoneo, porque saben que la estación cálida a la que me refiero no llegará hasta dentro de milenios, cuando estén todos muertos y con ellos todos sus secretos.


Bajo el único escalón, apago la luz, cierro la puerta y las sátiras bisagras oxidadas, como las de las grandes y abolengas criptas, para no ser menos, chirrían con estruendo…  una vez más.

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