jueves, 28 de febrero de 2013

Cosas

Hay cosas que a uno se le escapan y otras que uno aprende a su pesar, pero descubriendo toda su coherencia.

A mí se me escapa la comprensión de tanto perro con pinta de bestia malcriada que pasean por las calles o los parques. Bestias, me parece que sobran. Malcriadas, depende. Los hay que son cuidados por sus dueños con más cariño del que dispensan a su pareja, y los hay arrastrados con la correa por la calle entre insultos al animal que no obedece o agota la corta paciencia de su responsable. Al menos ya no hay que estar tan pendiente como años atrás para recoger sus deshechos. Nunca me vería con un perro, creo yo, eso sí, visto desde el día de hoy, que el roce y el cariño producen milagros; pero sí reconozco que hay una parte de la población con "familiares caninos" que se siente acompañada por el animal supliendo quizá la temida soledad, con el que establece un lazo estrecho, y al que incluso da una vida mejor de la que podía esperar. Conozco un caso de éstos cercano: la pareja tenía una gata y un perro desde hacía años y, no contentos, se han lanzado a adoptar un galgo de aquéllos que abandonan los cazadores acabada su función. Y tan felices.

Lo que voy descubriendo en toda su coherencia es cómo la edad, que pretende ir dando tablas a medida que avanza, provoca incertidumbres antes de alcanzado este equilibrio, si se alcanza y según cómo y hasta qué punto se alcance, nos va haciendo cojear primero de una pierna, luego de otra y cuando la sabiduría de la vejez nos debería dar profundidad en la mirada y una clara lucidez, hace que vayamos perdiendo el tacto, cierto uso de la razón y pasemos a ser poco a poco a poco el recuerdo de aquella flor cuyas experiencias vitales comentamos con alegrías para ser un foco de preocupación, atenciones cariñosas y cierta tristeza.

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