jueves, 3 de enero de 2013

Hacia lo cotidiano

En estas fechas uno pasea por la noche en las calles cocurridas del centro o del barrio y se encuentra las lucecillas festivas prometiendo felicidad y buenos augurios. Es el momento para tomarse un chocolate caliente, curiosear entre las tiendas a veces inaccesibles. Es también el momento de sentirse parte del bullicio navideño, parte del grupo. No importa que los regalos hayan menguado este año: papá Noël está en horas bajas aunque todavía quede la esperanza de los Reyes Magos. Vemos al Papa en su misa por la tele (libre albedrío: yo cambio de canal a los dos segundos), el concierto de año nuevo. Quizá nos regalamos más cariño del habitual. Yo me he regalado un detalle a mí mismo, con sorpresa, humana y literata sorpresa, incluida. De esas que dan ánimo. Y de repente, las navidades comienzan a expirar, muchos tienen que espabilar antes de Reyes: ha pasado ya toda la fantasía como si de un sueño se tratara y solo queda de ella el ratito que se pasa en la calle del trabajo a casa. El frío está presente con fuerza, pero ya miramos hacia los días de luz cada vez más largos, la primavera más cercana, y la posible felicidad cotidiana.

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