viernes, 29 de junio de 2012

El sol y el agua

El calor sahariano que nos ha invadido cansa de solo moverse. Si uno sale a la calle, se preocupa muy mucho de caminar por las sombras, y aún así puede llegar a su destino con el cuerpo húmedo de sudor. Los litros de líquido fresco consumido se multiplican, uno no hace ascos a un pequeño bombón helado y, eso sí, cuando las largas horas del día van dando paso a una luz débil, aparecen los habituales del footing o aquellos que, como yo, lo practican no solo por el placer que provoca el deporte una vez superada la modorra previa, sino por una ligera necesidad de perder peso. La playa proporciona un fresco chapuzón, o dos o los que quieras el fin de semana, y entre baño y baño te tuestas un poco o lees. El fin de semana pasado no pude evitar escuchar la conversación de una madre y su hija a media toalla de distancia, y recordé lo supérflua, chorra, que puede ser la gente: no solo la niña veinteañera con un pavo todavía notorio hablando como si fuera una madura mujer de treinta años, sino su madre cerca de los cincuenta, perfectamente a la altura de la hija. Más allá una mujer negra y su marido blanco disfrutaban con sus tres peques mulatitos. Quizá los barcos todavía no han tenido oportunidad de limpiar en las costas, pero de momento he tenido la suerte de disfrutar de un agua limpia.
Por cierto, en alguna entrada he comentado la lectura pendiente de Juegos de la Edad Tardía, de Luis Landero. Pues bien, lectura completada. Me gustó mucho, pero exige que el lector se esfuerce por implicarse en la lectura.

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