viernes, 2 de enero de 2015

El molde de la vida


Aquel anciano había sido un hombre joven y rudo. Al otro lado de la ley, se había dedicado al dinero fácil y la fuga rápida. Un día, con su bien preciado botín ya en el saco, perdió el favor de la fortuna: los policías le esperaban a la salida de la farmacia que acababa de robar. El destino fue la prisión y, cuando parecía llegarle el final del túnel con la condicional, fue atrapado en un nuevo robo. Los años fueron pasando y la rebeldía quedaba domada en un molde de madurez.

Pasados ya los cincuenta años, salió definitivamente libre. No era moco de pavo, pensó, el tiempo que había pasado en la cárcel. Reinsertarse, en un primer momento, fue difícil. Pasó penurias mendigando unas monedas y durmiendo en albergues. Sin embargo, la consistencia de la sabiduría adquirida hacía que su sentido de la justicia no se torciera.

Con el transcurrir de los años, se dio cuenta de que había pasado la mayor parte del tiempo, desde que sus canas recuperaron la libertad, en los alrededores de la catedral. Conocía todo tipo de anécdotas sobre la misma y, entre la gente que sabía, era ya un personaje que estampaba la zona con su aire humilde, ojos profundos y voz templada.

Pasaba los últimos tiempos sentado junto a la entrada del monumento, abrigado y debilitado por los achaques de la edad. Un turista japonés se le acercó, y le hizo una pregunta. Él no se movió. Se armó un revuelo.


Convaleciente en el hospital, pensó que la catedral había obrado un milagro; lo cierto era que volvía a sentirse vivo tras haber visto el umbral de la muerte. Los habituales del templo, tanto feligreses como paisanos de éticas más mundanas, se unieron para reivindicar un feliz final al curso de su dura vida: así, se hizo habitual ver una silla bien mullida en una sala a cubierto de la cafetería lindante con el majestuoso edificio, en la que nuestro anciano disfrutaba de un café bien caliente mientras contaba las anécdotas de la zona a quien quisiera acercarse a tomar una consumición al local. Gracias a las ayudas de la catedral y el distrito, el anciano pudo además tener cama y domingos de ocio. Y sintió, en el último suspiro, que había vencido al ladrón, al preso y al vagabundo para recibir la plenitud de sentirse un hombre útil y respetado.

4 comentarios:

  1. Bien escrita, es una historia entrañable.

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  2. Muchas gracias, me alegra que te haya gustado. Un saludo.

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  3. Cómo bien dices a veces se obra el milagro. De una manera u otra a todos nos va moldeando el tiempo. Escribes con esa ternura tan propia de ti. Un Brazo. Eli

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    1. Muchas gracias por tus encantadoras palabras, son propias de un sombrero bien calado. Otro Brazo de mi parte, que dejándolo manco moldeó la vida el genio a Cervantes y no vamos a ser menos:)

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