jueves, 15 de enero de 2015

Péndulo amoroso


Sentado en una céntrica cafetería de la ciudad, el poeta esbozaba versos sobre papel blanco impoluto con su estilográfica. Se dejaba llevar por los largos cabellos rizados de un claro color castaño, por la juventud surcada en los rasgos de aquella cara pura.

 La mirada perdida en el fondo de su ideación regresaba sobre el ambiente abigarrado y mundanal, y sus ojos volvían a gozar de la privilegiada vista que le otorgaba su mesita redonda de mármol esquinada: ante sí, la amplia sala, la entrada acristalada, los grandes espejos en las paredes reflejaban vestidos cálidos.

Volvió sobre sus versos, hizo algún borrón y amó de nuevo el idealismo; las gafas afirmadas, el sombrero a un lado de la mesa, el reloj, tic tac, marcando la hora ignorado en el chaleco que sobresalía de la chaqueta. Allí, al fondo, absorto. Escritura rápida, tachaduras, caligrafía pausada… al cabo de unos minutos, alzó de nuevo la mirada y exhaló un suspiro de amor espiritual, blanco, celebrando que había tatuado sus rasgos en un hermoso poema.


 El elevado literato dio aquella misión por cumplida y pasó a buscar el beneplácito de un amor más mundano: se encendió un cigarrillo, lo fumó pausado mientras oteaba de nuevo el horizonte; miró la hora en su reloj y los concurrentes supieron que el artista ya podía ser abordado.

2 comentarios:

  1. Me gusta... El poeta no busca la belleza, lo sublime busca al poeta.
    Eli

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  2. Me alegro de que te guste, Eli. Efectivamente, a veces todo es tan sencillo como eso:dejar que las cosas fluyan. Si tiene que venir, lo sublime viene solo.

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