jueves, 27 de junio de 2013

Aura

A la hora de comer, desde una terraza interior. Ante ti edificios con la adolescente que camina atravesando la puerta acristalada del salón que da al balcón, una mujer tendiendo la ropa en cuerdas. Más abajo, a ras de suelo, los pisos son privilegiados: gozan de patios en los que colocan una canasta para los chavales o un toldo para el verano.

En uno de los patios privilegiados una mujer ha sido vista regando las plantas con dedicación durante la tarde avanzada. Tiene pinta de jubilada, sesenta y tantos. Otras veces ha estado leyendo el periódico en la mesa, tranquila bajo el parasol, morosa, con interés plácido. En una ocasión te ha sorprendido ver a su marido sentado en una silla que permitía estirar las piernas, dibujando o escribiendo, no sé muy bien.

Hoy comen juntos unos platos que desde la distancia parecen bien elaborados, los comen con gusto y modales en la mesa. Parece que ha cocinado ella. Se toman su tiempo. La mujer coge una sartén y vierte el segundo sobre los platos, suyo y de su marido (tienen un gato, pero debe alimentarse de comida para gatos), se vuelve a sentar y siguen con su tranquila ingestión, conversando de vez en cuando, gozando de la comida. La siguiente vez que sales al balcón ves que la mesa ya está recogida y ella está sola leyendo en la mesa. Sigue muy tranquila. Su lectura se dilata una hora: se empolla todo el periódico. Al rato, la ves tendiendo la ropa en las cuerdas del patio. Sales después y ya ha parece haber colgado toda la colada. Ha desaparecido. Quizá sea esa una lectura bonita de la jubilación, cuando la pareja es aún joven, la relación es buena y la economía saneada. Sin embargo, quizá sea la gracia que aparentan para vivir, parecen desprender un aura feliz, cierto dominio de la vida.

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