jueves, 11 de octubre de 2012

Placeres que son costumbres

Uno de los grandes placeres que descubres cuando te tienes que aclimatar a un lugar nuevo son ciertas costumbres, bien asentadas en el lugar o el entorno, que ni te habías planteado y acabas asimilando como un ritual, quizá uno de los momentos sublimes de, por ejemplo, el fin de semana.

El caso es que para mí el vino siempre se tuvo que tomar en temperatura moderada, nunca había probado el vino fresco hasta que me acerqué por estos lares. Vino fresco, no pocas veces, equivale a vino peleón. Pero todo vale, ya sea con el peleón de la cafetería o con el más decentillo de casa. Uno, por ejemplo el sábado por la mañana, celebra la llegada del fin de semana con el desayuno de un suculento bocadillo que ya se va comiendo con los ojos y al final, oooh, dura un suspiro y al que acompaña con su buen vino tinto u otro alcohol suave al gusto. Luego, hilando la charla, se toma el sabroso trozo de bizcocho acompañado de un café con leche bien calentito. Y se lo come procurando no acabar antes que los demás para que no se le haga la boca agua viendo que su tesoro ya ha ido a parar a las zonas submarinas del estómago mientras el de su contertulio aún sigue a flote. Quizá pongas la guinda con, digamos, un moscatel. La sobremesa se alarga un poco y, tranquilamente, sales a dar un paseo o empalmas con la lectura del periódico. Una gozada... pero recuerda que luego hay que quemar calorías...

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