viernes, 5 de octubre de 2012

Disparate hacia el periódico

El sábado pasado, relativamente temprano, me arreglé dispuesto a salir para dar mi paseo hasta la librería donde compro el periódico. Había observado minutos antes cómo cedían las lluvias desde la ventana. Antes de salir, volví a mirar e, inquieto, observé cómo la lluvia había vuelto a coger fuerza. Daba igual: cogí un paraguas grande y salí a la calle. Al poco tiempo, ya supe que al volver tendría que cambiarme los zapatos empapados. Pero me sentía tranquilo porque no había ido a más, e incluso trataba de hacer piruetas caminando por las aceras menos encharcadas que el bulevar central. Llegué al destino contento por mis heridas relativas y pedí que me dieran una bolsa para el periódico.
Al salir de nuevo, la primera en la frente: el viento de cara hacía que el agua se colase por debajo del paraguas, todas las posiciones que intenté con el mismo no evitaban que siguiera y siguiera empapándome. A medio camino, me daba por perdido. Por fin, entré de nuevo en el piso deshaciéndome de la camiseta, los zapatos y los pantalones empapados y, encontrando un uniforme sustituivo, me regocijé en mi absurdo tesoro: el periódico había llegado sano y salvo.

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