viernes, 20 de julio de 2012

Pequeños placeres

Anteayer, cuando al despertar noté que tenía el brazo extendido por encima de la cabeza, no caí en la posible relevancia de que la extremidad se me hubiera quedado dormida, como si invitara al resto del cuerpo a incorporarse solicitando educadamente que la dejaran remolonear un rato más en la cama. Hice un esfuerzo para levantarme y, cunado noté que el brazo de apoyo para impulsar mi cuerpo hacia la verticalidad era el brazo rebelde, ya era demasiado tarde: me vi, con la mente todavía ensoñada, tumbado en el suelo. Destrezas.

En esta época en que tan importante es hacerse una idea a menudo indignada de la realidad de nuestro país, resulta agradable saber que aún podemos relativizar, saltarnos algún telediario y gozar, quizá en silencio, ojalá a media tarde, en cualquier caso resguardados del sol, por qué no en una butaca desde la que entre la ligera brisa desde la terraza. Gozar de ello en silencio, con una calma de entresueño que nos hace pensar que quizá los místicos no estuvieron tan desencaminados. Y es grato que el único gasto necesario es el ya no tan normal caso de tener a tu disposición una vivienda desde donde disfrutarlo. Y es que el verano de ventanas abiertas y largos días es agradable, pero su calor a menudo nos indica requiebros para disfrutar de la estación festiva por excelencia.

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