La vida del hombre transita por los senderos de la edad.
Pierde su esencia adolescente y, con voz lastimera, se queja ante el amigo de
las oportunidades perdidas en el arte de vivir. Su afectuoso compañero es todo
vitalidad, un huracán que ha recorrido los senderos de adolescencia, juventud y
primera madurez quemando etapas con todas las de la ley. Y ha llegado a los 45
años que comparten ambos en un estado pletórico. No es hombre de grandes
estudios, tampoco se ha esforzado mucho por prosperar y no tiene inquietudes de
altivez. Pero pregúntale si es feliz y te responderá que le acompañes un fin de
semana al pueblo recóndito donde tiene su refugio para escaparse de tanto en
tanto. Allí, te dará de beber un poco de su fuerte licor artesanal, de aquellos
que despiertan los dolores del alma para proyectarlos en distendida
conversación y evaporarlos con la sabiduría de un dialogante guía campesino,
conversación de un tipo con profundo conocimiento de la humanidad al contacto
directo, más allá de libros y pantallas.
Y la paradoja se da porque este hombre feliz se ha unido en
profunda amistad con un hombre de voz lastimera y vida llena de carencias.
Altivo, exitoso en los avatares del patrimonio económico… un hombre que vivió
en busca del prestigio y, por el camino, se perdió en la soledad. Son polos
opuestos que buscan, ahora, un camino común. En una sincronía que no creó una
tupida red social, sino el ocasional encuentro en un pub de medianoche, el
lugar que, con sus fuertes licores medio consumidos en almas que buscaban vida
en las horas en que la luna dio descanso al sol, creó un lazo de amistad.
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