sábado, 6 de abril de 2019

Los estados del alma



La vida del hombre transita por los senderos de la edad. Pierde su esencia adolescente y, con voz lastimera, se queja ante el amigo de las oportunidades perdidas en el arte de vivir. Su afectuoso compañero es todo vitalidad, un huracán que ha recorrido los senderos de adolescencia, juventud y primera madurez quemando etapas con todas las de la ley. Y ha llegado a los 45 años que comparten ambos en un estado pletórico. No es hombre de grandes estudios, tampoco se ha esforzado mucho por prosperar y no tiene inquietudes de altivez. Pero pregúntale si es feliz y te responderá que le acompañes un fin de semana al pueblo recóndito donde tiene su refugio para escaparse de tanto en tanto. Allí, te dará de beber un poco de su fuerte licor artesanal, de aquellos que despiertan los dolores del alma para proyectarlos en distendida conversación y evaporarlos con la sabiduría de un dialogante guía campesino, conversación de un tipo con profundo conocimiento de la humanidad al contacto directo, más allá de libros y pantallas.

Y la paradoja se da porque este hombre feliz se ha unido en profunda amistad con un hombre de voz lastimera y vida llena de carencias. Altivo, exitoso en los avatares del patrimonio económico… un hombre que vivió en busca del prestigio y, por el camino, se perdió en la soledad. Son polos opuestos que buscan, ahora, un camino común. En una sincronía que no creó una tupida red social, sino el ocasional encuentro en un pub de medianoche, el lugar que, con sus fuertes licores medio consumidos en almas que buscaban vida en las horas en que la luna dio descanso al sol, creó un lazo de amistad.

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