sábado, 9 de marzo de 2019

La inocencia recuperada



Subido de regreso a casa en el autobús abarrotado tras un largo día de productivo trabajo, Jesús empezaba a sentir el cansancio. Una mujer ante él, de aspecto bohemio, lucía medias de cuadros bajo una graciosa falda colorista. Se sostenía en equilibrio, pese a los vaivenes del autobús, gracias a la destreza adquirida con la práctica. Aquella mujer, de cabello pelirrojo rizado que se desplegaba sobre su cabeza de forma bastante rebelde, contrastaba ante la mirada de los viajeros cuando, al levantarse un viajero sentado junto a Jesús, se sentó a su lado. Ahí estaban los dos: él, con su aspecto de ejecutivo de aquellos que aún lucían corbata, mostrando, sin el menor deseo de aparentar, un traje impoluto; y ella, con su aspecto creativo y despreocupado.

Escuchaba él música, abstraído en el solo de guitarra de un maestro del siglo XX, mientras ella diseñaba figuras en su móvil con el lápiz. Algún viajero se apeaba, pero la marabunta parecía seguir rugiendo en el autobús porque el flujo de entrada de nuevos viajeros tampoco cesaba. Al ir llegando al céntrico barrio donde se ubicaba su piso, su residencia, su hogar en fin, apretó al botón para solicitar parada y se encontró de bruces con el rostro de aquella vecina de viaje que le había pasado desapercibida. Le dio la sensación de que, quizá, conocía aquel rostro por algún parentesco lejano o, quizá, por haber coincidido simplemente con ella en alguna ocasional conversación de mercado relativamente reciente: gustaba de crear tertulia con el carnicero y su clientela, con su querida verdulera… Pero lo cierto fue que se apeó y caminó tranquilamente hacia casa cavilando sobre devenires más inmediatos.

Cuando, por fin, tras cenar y escuchar un rato música clásica ibérica en su salón, se fue a la habitación, le volvió al pensamiento aquella mujer que llamaba y llamaba a su recuerdo. Ya en la cama, cerró los ojos y se hizo la luz: era su prima lejana Margarita, aquel primer amor que, a sus tempranos once años experimentara en el camping de la costa al que había acudido la familia con sus felices ramificaciones. Recordó su primer beso, el impacto, distorsionado por la imaginería de la edad, que provocó en él tomar conciencia de lo que eran unos pechos que apenas empezaban a despuntar. Y se sintió feliz de volver a la inocencia a sus cincuenta y dos años.

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