domingo, 28 de abril de 2019

El viejo jerifalte



Entre sonoras carcajadas, Julio y Pedro salieron del ascensor en la undécima planta. El elevador había parado en cinco ocasiones, la tercera de las cuales fue para bajar de nuevo al punto de partida. Sin embargo, ahí se vieron: por fin podrían hacer gala de sus trajes y afeitado matinal, del esfuerzo empleado en días anteriores para que la reunión con el jerifalte cercano a la jubilación fuera todo un éxito.

Atravesaron el control de seguridad y una amable colaboradora del alto ejecutivo les acompañó a la sala de reuniones donde les esperaba el gran jerifalte. Julio y Pedro, intimidados por la insigne presencia de Mr. Kasdan, su voz grave y solemne, le estrecharon sus manos húmedas de sudor y se sentaron dóciles en el lugar que les fue indicado. Miraron a través de la ventana y observaron el río Hudson. Nueva York, Nueva York: el lugar que imaginaron sus infancias.

El viejo jerifalte y sus asistentes les pusieron a prueba con una batería de preguntas: no resultó ser tan importante el informe de las actividades de  la empresa en nuestro lejano país, sino la actualidad taurina, el clima, los últimos goles del más insigne futbolista nacional y, para un anciano que, con una sonrisa anunciaba que se disponía a dejar la empresa en manos más jóvenes, el interés por una detallada descripción de las femeninas bellezas españolas. Los ojos, que en un principio les habían quedado a cuadros a aquellos empleados que habían cruzado medio mundo para descubrir en qué consistía la cúspide de su empresa, fueron reconstruyendo el puzzle de sus descolocadas miradas y todo comenzó a cobrar sentido: los altos subordinados del viejo jerifalte les anunciaban que viajaría en breve a España, donde seguiría dejando progresivamente sus funciones para, finalmente, vivir un retiro dorado en la costa.

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