Llegada una edad temprana, las turbulencias hacen mella en el
desarrollo de una persona de hermoso interior. Dudas y tormentos. Su entorno se
pregunta cuándo se encontrará a sí misma, cuándo se manifestara, de nuevo, ese
hermoso carácter al exterior que la aprecia. Y es, se dice, el peaje. Hay que
atravesar un puente hasta alcanzar el otro lado del río, aquel en que se ha
conquistado la primera madurez. Y es entonces cuando, súbitamente, descubre ese
bello carácter que sus padres ya peinan muchas canas, que él mismo debe asumir
retos nuevos derivados de una nueva condición, sin otro objetivo que proseguir
su camino en el recorrido de la vida, de maduración continua. Disfrutando de
cada suspiro y preparando el camino a los que le sucederán. Hacia el final,
sólo quedará su huella en el recuerdo de un puñado de seres y, quizá en papeles
y fotografías dispersos. Por último, desaparecerá cualquier vestigio de sus
tormentos, amores, amistades, bailes y desesperaciones, en el ciclo de la vida para
la que fuiste esplendor y eres nada.
¡Gracias!
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