Tras una semana de trabajo gris, Adriana despertó al sábado
descansada, con el estímulo propio de quien es consciente de que el tiempo
corresponde al propio ocio y deleite. Lo cierto es que se había despertado
tarde, remolona. Había dado la bienvenida al día con una buena tostada de
confitura de higos acompañada de su cafecito, bien calentito. Si por la mañana
sentía que tenía un mundo por delante para sí, como quien observa el vasto mar
con hipnótica calma, a medida que fue llegando la tarde se apoderó de ella la
excitación. Había elegido vivir a su aire, sin grandes ataduras. Lanzada a la
aventura. Y el momento del vestido, el tacón y el baile se acercaba, cada vez
más. Maquillada, peinada, engalanada, lucía su figura muy consciente de que su
cuerpo le daba autoridad para ello. Lo hacía de camino a la discoteca, donde
sonaron ritmos de tango. Buenos Aires, tierra de sus ancestros que evocaba
mientras hacía giros de sensual dificultad con una ocasional pareja. Se olvidó
de que el domingo por la mañana empezaría a pesarle la cercanía del lunes
laboral y rutinario, inmersa en sí misma, en las caricias de su compañero de
baile, en el estilo de vida que había elegido para sentirse, una vez por
semana, feliz.
todo el mundo necesita de pequeños momentos ?
ResponderEliminarClaro, todo el mundo necesita sus pequeños momentos. Un saludo :)
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