Camino por senderos inciertos. Alzo la vista y veo al pájaro
acompañarme, de árbol en árbol, de rama a rama. El trayecto se hace arduo,
sueños que una vez me prometí impulsan con fuerza mi paso. Firme. Los caminos
confluyen en uno, pequeño, largo, sinuoso. Pedregoso y muy arbóreo. A pesar de
tanta vegetación, del rumor de los arroyuelos que van quedando a un lado, alzo
la vista y veo al pájaro seguir. Afino el oído y lo escucho gorjear. Es mi
compañero en este largo camino hacia la realización. El camino termina y me
deja ante un gran valle de verde vegetación, con el canto de su gorjeo y el
movimiento de mi dedo índice buscando dar con su ritmo. Miro al frente y veo la
tierra firme, el mundo terrenal donde mis sueños se convierten en floración
vital. Alzo la vista y veo el cielo, lugar donde proyectarme hacia el
futuro y evocar figuras del pasado. Quedaron en el sendero y me acompaña el
recuerdo de su calor. Entre la tierra y el cielo vivo y, de repente, con una
nitidez de ideas que da el lugar al escogido, escucho de nuevo la llamada de mi
ave acompañante. Se acerca a tierra, se posa en el ella y pierde sus alas dando
paso a unos estilizados brazos blanquecinos. De las patas, crecen unas piernas
y va surgiendo la hermosa figura de una mujer que me susurra cosas bonitas.
Adivino que está en celo, me acerco a ella y nos fundimos en el paraíso de los
sueños realizados.
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