sábado, 14 de octubre de 2017

Aprender a vivir


Un chaval fue creciendo hasta convertirse en hombre. Constituido como tal, creyó llegado el momento del dinero, la perspectiva vital y tantas otras cosas que habían anidado en sus sueños a temprana edad. Sin embargo, caminando día tras día en trayectos que se hacían especialmente similares, no veía que la experiencia de la vida ni el nacimiento de la conciencia adulta llegaran. Había nadado con determinación en busca de la isla del tesoro, el remedio universal de la madurez. Pero lo cierto era que no crecía su bolsillo, ni conquistaba por su elocuencia, ni mucho menos había alcanzado un añorado sosiego. Un día, al salir de la panadería, se fijó en el mendigo al que siempre esquivaba con la mirada. Al día siguiente, inició una conversación con una mujer anciana que le dejó perplejo y luego pensativo. Con el tiempo, fue dejando de soñar y notó que iba conectándose con lo más cotidiano de la vida. Ya no añoraba el dinero, ni la conquista de la feminidad con la que ya fantaseara su adolescencia, ni sentía la ansiedad por saber con certeza la verdad de las cosas que le había acompañado prolongadamente. Simplemente, aprendió a estar en el presente, proyectarse un poco en el futuro ante un café y amar sin compromiso ni requisito. Aprendió a vivir.

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