Cada poco, hay quien sale diciendo
que son tiempos de incomprensión, de desapego, que se busca el propio interés y
crece la incomunicación y, con ella, sobreviene la soledad.
Quizá sería bueno recordar que, del mismo modo
que en el bonito norte de nuestra España las nubes ocultan tras sus tonos
grises el hermoso cielo azul, cuando este aparece despejado, vemos los frutos
felices de tanta lluvia. Conviene refrescar nuestra memoria y apreciar que el
agua regenera: los montes verdes, el vivo olor de la hierba mojada y el crujir
de la tierra húmeda, el placer de salir al aire libre tras un aguacero y ver
trazado sobre el cielo al gran arcoíris…
De la
misma manera, debemos celebrar el encuentro: si bien es cierto que todo camino
tiene su laberinto, también lo es que vamos encontrando tesoros en ese camino. Uno
se acerca a la felicidad cuando da relieve a la claridad: el citado encuentro
es el tesoro: hallar el detalle, el valor del tiempo que se comparte.
Entendiendo que la oscuridad sólo le llega a uno cuando se enreda creándose más
laberintos de los que le venían en el menú inicial. Él mismo cae en la
incomprensión y la vida grisácea por no saber valorar la esperanza, el momento
como un tesoro; y olvida que un día disfrutó del gran arcoíris.
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