jueves, 10 de octubre de 2013

¡Serán pedantes!

El otro día acudí con interés a la presentación de un libro traducido al español. Particularmente, tenía inquietud por conocer al escritor, ver qué aires desprendía en persona. Llegué y estuve deambulando por el lugar con la vista puesta en los sillones todavía vacíos de la zona donde se celebraría el acto. Esperaba que alguien se sentara para hacerlo yo también. Sin embargo, la espera se alargaba. Hambriento y sabiendo que en la cafetería situada justo al lado de aquellas deseadas sillas me iban a cobrar más de la cuenta, me compré algo que fuera consistente y salí a la agradable terraza mientras pensaba en el pedante camarero y miraba a través de los cristales hacia las sillas. Habiendo dado cuenta de mi alimento y percibiendo que la gente iba sentándose, me apresuré en buscar sitio. Todo fueron alabanzas a aquel autor aparentemente enigmático y dotado del don de la profundidad.

Una mujer mayor, digamos una abuelita de rostro risueño que parecía delatar un excelente sentido del humor para la vida, atravesó la sala algo inhibida por mi zona, pues no había otro medio para pasar de la cafetería a los servicios o donde fuera. Lo hizo en sucesivas ocasiones y, como digo, cada vez más desinhibida, mientras el escritor traducido nos desvelaba las profundidades de sus novelas. Cuando ya había acabado la conferencia y se había enfriado la emoción inicial, pensé que quizá aquella señora estuviera pensando en lo absurdo que resultaba aquel espectáculo de gente entregada al extranjero escritor y sus dilemas mientras ella disfrutaba de una tarde con, muy probablemente, unas pastitas, un buen café y una conversación en la que se partía de risa, ¿también de nosotros?

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