jueves, 26 de septiembre de 2013

El ejercicio de la virtud

Es curioso cómo el aire fresco de la montaña solitaria puede hacerte mucha más compañía que el bullicio de la ciudad. A veces camino a lo largo y ancho de calles, plazas y parques, veo gente diversa, tiendas, restaurantes, bares... y respiro: el rato me ha dado vida y he movido las piernas. Sin embargo, otras veces caminar entre una aglomeración asfixia más que estimula, aunque vayan con sus críos o que la gente se cite con felicidad para pasar un rato agradable. No ves a tu alrededor elementos que te hagan despertar, y no cabe más que aferrarte a ti mismo, citarte con unos pocos detalles y seguir respirando.

Y es que para salir adelante en esta vida hay que tener la suerte de poder buscar, buscar hasta encontrar, encontrar y regar, regar hasta convertir en virtud la paciencia, la perseverancia, la convicción, un particular sentido de la vida que nos es dado a cado uno de forma individual.

Una persona cercana me ha dicho que echa de menos los ratos en que puede dedicarse a leer tranquilamente, y, tras conversar un poco, acabamos por coincidir en que es más importante lo que sucede en su cabeza que lo que sucede en el libro: en ese momento vital, para él. No sé exactamente por qué incluyo esto, quizá sea para expresar que, uno mismo también, por mucho que hable de literatura, la lea y la escriba, a veces debe estar más centrado en la prosa que sucede en su interior.

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