viernes, 23 de agosto de 2013

Cómo comer

Dicen que no hay nada como comer en casa. Sin embargo, quién negará que es más cómodo que te preparen la comidita en un restaurante, que te agasajen y no tengas que limpiar platos ni cubiertos sucios. Simplemente comer, conversar y salir tan contento del restaurante... ¿Tan contento? Corriendo los tiempos que corren, uno, ya puesto, busca un restaurante con comida que, si no es la de casa, sí sea decente y a buen precio. Si es un menú que permita tragar saliva sin problemas antes de cruzar el umbral del restaurante mejor que mejor. Comes, conversas, si hay suerte y tu acompañante no es de mucho comer te acabas su plato, sacrificas el postre en favor del café viendo ya venir la cuenta y, cuando te levantas de la mesa hacia la caja y aquella dependienta que no te ha hecho ni caso mientras esperabas al café va solícita a cobrarte, te suelta el mandoble de una factura con suplemento por el plato de tal o cuál cosa en lo que no habías caído. Pagas dejando una propinilla de sonrisa postiza y te vas a hacer la digestión paseando un poco, con un pequeño remordimiento por el bolsillo un poco más vacío y la repentinamente recuperada sensación de que comer en casa no es sólo mejor, sino más barato... pero con ese hueco de complacencia para disfrutar de la sensación de que has sido un pequeño sibarita y eso, aunque las atenciones y los sabores hayan quedado atrás, está en sustancia todavía iniciando su recorrido por tu estómago.

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