jueves, 20 de diciembre de 2012

Palabras

La literatura nos presenta tópicos que recibimos con un risueño descreimiento: que si te permite vivir otras vidas, viajar a otros mundos... que si puede llegar a ser un gran entretenimiento o ejercicio intelectual. Con el paso de las lecturas y los años, uno va sorpendiéndose de que lo que parecían ingenuas fantasías de gente demasiado empapada de libros se se le antoja verdad. No sé si por tener un conocimiento más asentado de la vida y la literatura o, precisamente, por haberse contaminado con tanto libro hasta llegar al punto de vista de aquel lejano ingenuo.

El caso es que siento que conozco un poco Londres gracias a Virginia Woolf o Wilde, que soñé tempranamente con París sin darme cuenta de que ya caía presa del hechizo. Uno se da cuenta de que no se pueden escribir historias frías: hace falta sentimiento, conmover. Y para eso es necesaria la vida. Por mucha técnica que tenga un texto, se nos asfixia sin ello. La gente quiere que la emocionen. Haciendo un paralelismo, ¿quién no se ha sobrecogido en el cine? ¿o no ha llorado?

Por aquí, lo que nos sigue haciendo llorar es un país que se hunde. Mires hacia donde mires. Lo veas en la economía o en el ánimo de la gente. Quien no aguanta que le exploten tanto en la empresa o quien, presa de la tristeza, cae en la soledad. Necesitamos valentía, creer en los sueños, dar y recibir cariño. Una forma de rodear el cuerpo del prójimo dándole calor es dedicarle palabras: la conversación directa ¡Qué terapéutica es una buena charla! O prestarle un libro con que pueda recogerse bajo una manta en casa y pasar un par de horas guiado por el sueño en que nos sumerge su prosa.

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