viernes, 14 de septiembre de 2012

Entre el hogar y el otoño

Encuentro cierta asfixia en esas zonas de las ciudades donde no hay espacio verde, apenas con paseos asfaltados. Me falta naturaleza, aire puro, sencillez. Eso lo encuentro en los pueblos, donde además es fácil salir del anonimato en la comodidad de conocer al vecindario del pueblo: la gente de la cafetería, los del quiosco, el vecino del perro, la familia con los niños... Sin embargo, de vuelta a la ciudad tras cargar las pilas en un pueblo, notas la cercanía a un amplio abanico de posibilidades, desde el cine a una biblioteca o librería, una zona donde pasar un buen rato la noche del sábado, y todo ello a un tiro de piedra con el metro. En los pueblos más primitivos, sin embargo, puede verse a gente a cual más salvaje, comida de la tierra, en plena naturaleza, buenísima y baratísima; puedes cruzarte con un zorro o con codornices; respiras el aire puro y a un golpe de vista tienes la naturaleza vegetal rodeándote. No sabe uno bien qué es mejor. Quizá el pueblo te haga perder el tren del progreso y pierdas opciones que de otro modo tendrías, pero todo es proponérselo y hacer un plan. En fin, son conjeturas: nunca se sabe. Quizá diga ésto porque llega el otoño y el cambio de clima, con pantalón largo y jersey a mano; con las lluvias; con un anochecer más tempranero, altera mi estado de ánimo. Cuestión de acostumbrarse.

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