Mi abuela solía cocinar patatas
al horno con alioli (disculpen, no sé muy bien cómo se escribe) para mi abuelo
y para mí en comidas especiales para tres. Es un plato barato, llena y teníamos
una sensación de manjar que daba gusto. Ahora mi abuelo está ya muy
desmejorado, mayor y debilucho. Pero por aquí anda hoy, precisamente. Y mi
mail, hoy precisamente, va a lo pobre: sin internet en casa, he salido a un
banco de la calle, con un solecito que da gusto, eso sí, y he encontrado señal.
Hace años, viví de cerca, sin
mucha conciencia pero muy impactado, la enfermedad y pérdida de mi padre. Hoy,
veo cómo mi abuelo va encogiéndose día a día. Se le ve en la cara, en las
fuerzas, en el ánimo, en el habla y el pensamiento. Ya comenté algo sobre él en
otra entrada. Y uno toma conciencia de la decrepitud y el inevitable final sin
demasiado dramatismo, quizá porque ya es más maduro, está un poco más curtido,
y porque no se trata de una persona joven con toda una vida por delante, sino
de alguien que anuncia en su edad que el camino de la vida se va agotando.
Parece que la enfermedad le ha vuelto más bonachón, aunque manda de vez en
cuando. En fin, siempre he tenido más afinidad hacia mi abuela, a quien quiero
mucho, pero hoy quería acorcarme de él.
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