domingo, 27 de enero de 2019

Palpitación y agonía



Pensativo, cigarro en mano, Lucas observaba desde la butaca de su despacho cómo, a través de la ventana, jugaban los niños. Corriendo, cayéndose aparatosamente, riendo y llorando. Por detrás suyo, apareció Federico. Bien ataviado como siempre, lucía una flor en el ojal de su americana que le había regalado nuestro pensativo hombre durante un momento de distracción de la amplia familia: las esposas conversaban y ellos aprovecharon el fugitivo tiempo que les concedía la carne para estrecharse en un abrazo. El corazón de Lucas se agrietaba, temiendo por la fractura del hogar, y palpitaba, invadido de una pasión que sólo había concebido en el ideal. Federico se acercó, Lucas alejó su mirada de la ventana, unos ojos frágiles que cedían al impulso de sentirse vivo. Se sintió arropado cuando su amante le rodeó con el brazo y, cuando notó que Federico le besaba la mejilla, una instintiva mirada hacia los muchachos a través de la ventana pudo discernir a su mujer observándole inmóvil, con la expresión quebrada.

Airadamente, Lucas se deshizo de su amante. Esfumado este, Lucas se acercó a la ventana, el corazón ya no le palpitaba, la respiración se le hacía agónica, y ya no vio a nadie a través. Volvió pesadamente hacia su butaca, se sentó y observó su balanza de jurista con la severidad de su sangre conservadora. Miró al cajón, lo abrió y sacó la pistola que, sin dudar, dirigió hacia su cabeza dando fin a su vida.

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