Sonido de fondo: una pelea doméstica. Escuchada mientras uno
pretendía acicalarse ante el espejo. Aquello que llaman embellecerse. Ante ese
espejo, el cabello húmedo por el agua del peine, y los ojos ejercen de
imitadores en ese juego de los sentidos que, desde el sonido del tormento,
invoca la tormenta de unos ojos que todo lo ven: caen gotas de un iris húmedo recorriendo
la cara por las mejillas.
Despiertas de repente y no ves tu cabello revuelto, ni te
haces todavía consciente de la larga siesta. La tarde ofrece sus últimas horas
de sol, del salón se escucha vagamente una película musical acompañada de
comentarios alegremente escandalizados. Y te llega el impacto del recuerdo del
sueño, donde poca cosa era armonía. La historia de la vida privada de las
personas, te dirás quizá, plagada de tormentas ocultadas como si de furtivos se
tratara, cuando de heridos humanos trata la cosa. Así pues, felicitándote de
estos instantes de armonía en los que más que un protagonista ausente, eres un
actor mudo y atento, te acercas al salón a reunirte con los tuyos. Alejándote
del recuerdo de la tormenta y entrando en una melodía alegremente escandalizada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario