En la soledad de mi rinconcito, el lugar que me invita a
soñar, huir de este mundo que me mira como a un extraño, para crear la arcadia
del encuentro feliz, escucho de fondo una voz inconfundible. Es la del viejo
amigo, que quedó atrás con los azares de la vida: traslados, cambios de ciclo y
su nombre siempre en el recuerdo. Es su recuerdo el que me habla, la voz de mi
memoria que le sabe en algún lugar, acompañado de su eterno cigarrillo mientras
consume su vida torrencial en una dinámica de amores efímeros escogida por
propia voluntad. El recuerdo es la biografía de un sendero, el que nos ha
conducido por esta vida aún por transitar que, aunque probablemente nunca más
dé lugar al encuentro con el pasado de montañas nevadas en días de esquí, deja
por siempre su huella perenne, fruto de la semilla que generó la feliz,
tortuosa y al cabo cómplice amistad juvenil. Alimento de la edad adulta.
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