sábado, 13 de mayo de 2017

Escultor del espíritu


Nadie conocía el verdadero nombre de aquel hombre. Era un caballero que envolvía con el gesto y la oratoria. Atraía ingenuas mentes faltas de definición hacia sus promesas de un existente Paraíso. Y suturaba sus heridas, las moldeaba cual escultor del espíritu para dejarlas volar, libres ya.

Nadie entendía por qué, poseedor del secreto de la curación de los corazones, no despertaba en él un común instinto de posesión. Se llegó a especular que tenía el corazón roto por un lance de juventud, pero pronto se descubrió que también palpitaba la sensualidad de su masculina energía ¿Qué hacía, pues, que no surgiera de él el amor perdurable o el instinto de una cierta compañía? Los rumores continuos alcanzaron el nivel de la certeza: se le veía deambular por las noches de la ciudad, paseando por la catedral o sentado en una terraza ante una copa de vino… en una soledad contemplativa. Llegó un momento en que, aquella alma de fortaleza inquebrantable, venida de tierras sin huella, empezó a ver menguar la luz que irradiaba. La gente se preguntaba, preocupada, si no sería que las puertas del Paraíso se habían cerrado, pero fue entonces cuando los elegidos vinieron hacia él y, alados, se lo llevaron para glorificarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario