Un cincuentón con gafas a la moda de sus tiempos juveniles,
se desplaza dando largas zancadas y alguna carrerita para hacer un recado… hombre de
encargos, hombre de encargos es nuestro, no tan chico, de los recados. Silba
con fuerza, y lo hace emitiendo una clara melodía. De vez en cuando, da incluso
algún salto y, al caer nuevamente en tierra firme, alza la mirada al cielo como
queriendo alcanzarlo.
De un lugar va a otro, a medida que avanza el día algo más
cansado. Ventura que, entre recado y recado, le dan un buen refresco o incluso,
la veterana de la charcutería, un agradecido bocadillo. A media tarde, tras
hacerle cumplir con su última zancada, le da el jefe una buena palmada en la
espalda, emplazándolo para el día siguiente.
Caballero cincuentón, recobra el silbido más preclaro.
Disfruta del atardecer a paso lento, mientras detiene su mirada en patios
interiores del bonito barrio que nunca podrá habitar. El aire entra fresco en
los pulmones y, cuando llega a casa, el perro se apercibe de su celebrado estado
de ánimo. Coge este veterano la correa y se lleva al can por el parque cercano.
Mientras ve a su querido animal correr arriba y abajo, lamerle y juguetear con
él, entra en un estado de calma que le permite empezar a realizarse: por fin,
tras un largo periplo, ha logrado un empleo.
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